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Ignacio Cosidó

Afganistán bajo el síndrome de Irak

El neo-pacifismo de Rodríguez Zapatero está minando así la credibilidad de España como un aliado fiable y solidario y está comprometiendo de forma irresponsable la seguridad de nuestros soldados al negarles cualquier posibilidad de refuerzo

La muerte de una soldado en Afganistán ha recordado súbitamente a la opinión pública española que casi setecientos militares españoles se juegan la vida diariamente en este país defendiendo nuestra libertad y nuestra seguridad. Es obligado antes que nada rendir homenaje a Idoia Rodríguez  y destacar el apoyo unánime manifestado estos días por la sociedad española a sus Fuerzas Armadas.
 
Este lamentable suceso ha abierto sin embargo un doble debate nacional sobre nuestra presencia militar en este lejano país asiático. Por un lado, muchos españoles se preguntan qué hacemos en Afganistán. Por otro, se ha abierto una discusión sobre la seguridad de nuestros soldados en esta difícil misión, especialmente ante los reiterados anuncios de que en la primavera podemos asistir a una dura ofensiva de los terroristas talibanes contra las tropas occidentales allí desplegadas.
 
El Gobierno se obceca en decir que la misión de nuestras Fuerzas Armadas es exclusivamente de paz y humanitaria. Zapatero se niega así, una vez más, a admitir lo evidente, y es que la operación de la OTAN en la que participamos tiene en estos momentos como objetivo prioritario combatir las fuerzas talibanes que han resurgido tras su derrota hace ahora cinco años. Es más, será imposible que pueda existir una misión humanitaria y de reconstrucción si antes no se garantiza la seguridad de nuestros soldados y de la población civil a la que atendemos, ni puede haber mantenimiento de la paz cuando la paz ha dejado de existir.
 
La negativa de Zapatero a asumir la verdadera naturaleza de esta misión de la OTAN explica la negativa del Gobierno español a ejercer el mando de la operación en Afganistán como por rotación nos correspondía. Esta renuncia constituye un doble error. Por un lado, deteriora la credibilidad de España ante nuestros aliados, mostrándonos como un socio insolidario incapaz de asumir sus responsabilidades. Por otro, constituye una humillación para nuestras propias Fuerzas Armadas, cuyos soldados pueden jugarse la vida igual que las de cualquier otro aliado, pero que su Gobierno les veta para que puedan asumir el mando de los demás.
 
Rodríguez Zapatero intenta también vetar la participación de soldados españoles en cualquier operación de combate, sin permitir siquiera nuestro apoyo a otros contingentes aliados en dificultades. Este tipo de restricciones, aún en mayor medida que la propia insuficiencia del número de tropas desplegadas, está contribuyendo a la incapacidad de la OTAN para enderezar una situación en Afganistán que cada día se deteriora un poco más.
 
Por último, Zapatero ha vetado también cualquier incremento en el número de soldados desplegados en este país. Esta es quizá la decisión más equivocada de todas, porque puede comprometer la seguridad de nuestros hombres y mujeres en esta misión. Si el presidente niega de antemano a los mandos militares toda posibilidad de enviar refuerzos en caso de que la situación se complique está supeditando su interés político a la seguridad de nuestras tropas. Es más, es una absoluta incoherencia que se asuman nuevas misiones para nuestros militares, como la formación de unidades militares afganas, sin que se permita incrementar el despliegue en un solo efectivo en una misión que ya resultaba muy escasa de tropas en función del extenso territorio que nuestras fuerzas deben controlar.
 
El neo-pacifismo de Rodríguez Zapatero está minando así la credibilidad de España como un aliado fiable y solidario y está comprometiendo de forma irresponsable la seguridad de nuestros soldados al negarles cualquier posibilidad de refuerzo a pesar de las reiteradas peticiones de nuestros mandos militares sobre el terreno. Pero Zapatero está haciendo algo más grave, que es tratar de engañar a la opinión pública española vendiendo como una misión humanitaria de Naciones Unidas una operación que se ha transformado claramente en una misión de combate de la OTAN. Si nuestros soldados deben hacer frente en la próxima primavera a una fuerte ofensiva talibán, sería imprescindible que el presidente explicara antes a los españoles cuáles son los riesgos a los que se enfrentan y liderara nuestra determinación colectiva para vencer al enemigo.
 
El presidente del Gobierno se muestra cada vez más prisionero en Afganistán de la demagogia masiva que practicó y sigue ejerciendo sobre Irak. La situación que se vive en Afganistán se parece por desgracia cada vez más a la que se está viviendo en el país árabe del que Zapatero se retiró a la carrera con el argumento de no querer arriesgar la vida de un solo soldado español. En ambos casos, las Fuerzas Armadas españolas han demostrado un valor, una profesionalidad y un comportamiento de los que todos los españoles debemos sentirnos orgullosos.          

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