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EDITORIAL

Muerte de una soldado

Nuestros soldados están cumpliendo una misión en Afganistán de la que pueden y deben estar orgullosos, si no fuera porque un Gobierno empeñado en la retórica "pacifista" se empeña en hacerla pasar por lo que no es.

La muerte de Idoia Rodríguez fue debida a un ataque de los terroristas talibanes y, por tanto, nada más lógico que se le concediera la distinción correspondiente a quien muere en una acción de guerra. Ciertamente, nuestros soldados no están ahí para "ayudar a ancianitas a cruzar la calle", sino para proteger a la población civil de los ataques que talibanes y señores de la guerra llevan a cabo contra ellos para destruir la incipiente democracia allí constituida.

El Gobierno se esconde tras el paraguas de la ONU y el calificativo de "humanitaria" para una misión cuyo objetivo es hoy en día equivalente al de las tropas aliadas en Irak. En ambos casos se trata de sostener a un Gobierno elegido democráticamente tras una dictadura defenestrada por una breve invasión norteamericana. Por más que puedan discutir los orígenes de ambos conflictos y hablar hasta hartarse de la guerra de las cuatro íes, lo cierto es que la ONU ha dado su beneplácito a las misiones en ambos países con el objetivo común de convertirlos en democracias estables, algo que los enemigos a los que se enfrentan los soldados occidentales no están dispuestos a permitir.

Si lo que sucede en Irak es una guerra, cosa difícil de precisar porque en caso afirmativo sería sin duda un conflicto muy poco convencional, con mucha más razón puede calificarse como tal lo que sucede en Afganistán, donde el control del Gobierno de Karzai sobre su territorio es mucho más limitado que el que posee Maliki. Las tropas bajo el mando de la OTAN están en el bando correcto, luchando, como bien ha señalado Rajoy, "para defender la libertad, los derechos humanos, el modelo de vida occidental y la democracia". Es una misión por la que nuestros militares pueden y deben estar orgullosos, si no fuera porque un Gobierno empeñado en la retórica "pacifista", pese a tener en el exterior muchas más tropas que el Ejecutivo de Aznar, se empeña en hacerla pasar por lo que no es.

Hace unas semanas, el ministro Alonso se mostró favorable a aumentar el contingente español en Afganistán para responder al clamor de los militares que exigían que se mejorara la seguridad y capacidad de protección de nuestros soldados por medio de refuerzos. Sin embargo, se vio desmentido por el presidente del Gobierno, que también se ha negado a que la OTAN pueda emplear a nuestras tropas según sea necesario para garantizar la seguridad en el país asiático, y no como las restricciones impuestas por Moncloa obligan. Zapatero demostró así una vez más que no cree en la misión que tienen encomendada nuestros soldados y que éstos están allí sólo para maquillar la mala imagen que tiene nuestro país entre nuestros países aliados y amigos tras la retirada de Irak.

No sorprende que el Gobierno de Zapatero reaccione con la violencia con la que lo hace cuando se recuerda el carácter de nuestra misión en Afganistán. Aún hoy, casi tres años después de su victoria electoral, siguen envolviéndose en la excusa de Irak para zaherir al PP. En buena parte la culpa es de los propios populares, que tampoco entendieron ni supieron nunca venderle a la opinión pública que el carácter de la misión en un país era el mismo que en el otro. Pero si éstos lograran hacer entender que en Afganistán hay una guerra en la que, guste o no, participan nuestros soldados, la retórica de la paz y la excusa universal con la que justifican los socialistas su propia inoperancia caerían por su propio peso.

En todo caso, es de justicia la petición de que a Idoia Rodríguez se le conceda la Cruz al Mérito Militar con distintivo rojo. Sería el símbolo de que el Gobierno entiende y acepta el sacrificio de la soldado en nombre de la libertad y la democracia. Otra cosa sería imponer las conveniencias políticas por encima del reconocimiento debido a quien lo ha dado todo por nosotros.

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