Finalmente, tras casi tres años de pruebas a las que había que acceder por invitación, Google se ha decidido a lanzar su servicio de correo, Gmail, en abierto. La noticia no sería nada del otro jueves si no aprovechásemos la oportunidad para hacer un pequeño análisis de cuál ha sido la evolución del correo electrónico (o correo "electrógeno", como oí el otro día) desde que su uso comenzó a popularizarse a mediados de los años noventa. Y la verdad es que el resultado del análisis resulta sumamente interesante, y pone en su sitio a una compañía que ha hecho de la innovación disruptiva su bandera y su razón de ser. ¿Qué ha cambiado en el e-mail desde que lo empezamos a utilizar?
Aparentemente, no mucho. Para la mayor parte de los usuarios, el e-mail sigue pareciéndose mucho al de toda la vida, esa herramienta de comunicación útil, sencilla, con tendencia a llenarse de una lacra maldita llamada spam que obliga a perder miserablemente el tiempo limpiándola mientras te preguntas preocupado qué habrás hecho tú para que tanta gente te envíe correos mencionándote la posibilidad de alargar determinadas partes de tu anatomía. El e-mail es una herramienta simple, sin pretensiones, que casi ni nos planteamos que pudiese funcionar de otra manera.
Sin embargo, un uso intenso del e-mail revela problemas de varios tipos: más allá del molesto spam, el e-mail era, para muchos usuarios, una herramienta con una capacidad muy limitada. Cada cierto tiempo se llenaba y había que vaciarla, o tenía problemas de exceso de peso, como en el caso de los conocidos ficheros .pst de Microsoft, que reventaban invariablemente como bomba de relojería cuando alcanzaban un tamaño determinado. Además, lo que se recibía por e-mail pasaba a un lugar difuso en el que podíamos recordar "que lo habíamos recibido", pero en el que buscar resultaba cualquier cosa menos cómodo o conveniente: la búsqueda era lenta, mala, poco eficiente, algo que procurabas tener que hacer pocas veces. Si utilizabas varios ordenadores, el problema era mayor aún: información duplicada, correo que contesté desde casa y ahora no me acuerdo de lo que dije, redirecciones con copia en el servidor... por no contar las veces que intentábamos enviar algo por correo y aquello decía directamente "no, lo siento, demasiado pesado para ser enviado, o recibido". Sí, el correo electrónico funcionaba, pero tenía achaques molestos de todo tipo. En las cuentas gratuitas, sin ir más lejos, es especialmente bueno hacer memoria: estábamos perfectamente acostumbrados y considerábamos completamente razonable que una cuenta nos diese, como máximo, un par de megas de capacidad, estuviese enviándonos constantemente mensajes pesadísimos invitándonos a contratar un producto de pago, o nos obligase a ver anuncios flasheantes y en movimiento mientras intentábamos leer nuestro correo. Era "lo normal". Y como tal lo aceptábamos.
Entonces llegó Google, y lanzó Gmail. De entrada, la oferta de un giga de correo gratuito cuando otros daban unos pocos megas era ya de por sí impresionante, toda una revolución: el planteamiento pasó a ser, directamente, "no borre su correo", mantenga ahí sus mensajes de años, sin ningún problema. El servicio, que va ya por los 2.8 megas de capacidad, alberga mi correo desde enero de 2005, y eso que mi correo personal es especialmente hiperactivo y ya he llenado la teóricamente inacabable cuenta en varias ocasiones. Pero además, había una promesa mucho mejor que la de la capacidad cuasi-ilimitada: la capacidad de buscar información en tus correos mediante el buscador de Google. De repente, paso a ser para mí perfectamente normal localizar un correo que me había enviado... este... ¿quién narices había sido y cómo era su correo?... y ni idea de cuando fue, además... eso sí, me acuerdo que hablaba de la empresa X y de un producto Y... pues ya está, ningún problema. Un par de términos poco habituales, y el correo, invariablemente volvía a aparecer. Frente a la maraña de carpetas y el trabajo de bibliotecario al que obligaban algunos programas de correo, lo de Gmail era la simplicidad máxima, y además funcionaba perfectamente. Y encontrado un correo, encontrados todos los que pertenecían a esa misma conversación: la agrupación en hilos resulta tan natural para los usuarios de Gmail que te planteas porqué el e-mail no funcionó siempre así.
¿Y el spam? Cada vez que escucho a alguien quejarse sobre el spam, sé dos cosas: uno, que no utiliza Gmail. Dos, que vive aún en la prehistoria del correo, en aquella época en la que para leer tu correo tenías que recorrer cientos de mensajes de gente como Ofelia Brandon, Rebecah Givens, Jacklin Trujillo, Garth Quintero, Jess Finn o Clair Cornelius, a los que jamás habías tenido el gusto de conocer, pero que te escribían con pasión epistolar inusitada. Hace tres años que todo mi contacto con el spam se reduce a visitar de vez en cuando esa carpeta de la que acabo de extraer esa media docena de nombres, para echar un vistazo por si acaso se ha colado ahí alguno bueno, y borrar seguidamente todo su contenido. El spam es un problema de antes, de cuando el correo electrónico no había aprendido como solucionarlo. Hoy, con decirle a Gmail una o dos veces al día que algún correo que se le pueda haber escapado era spam, el sistema se mantiene perfectamente solito.
Desde hace tiempo, Gmail es el único correo que utilizo. No el único que tengo, pero sí aquel al que redirijo todas las demás cuentas. Me pone anuncios a la derecha, pero es que me parece perfecto: si ese es el precio que tengo que pagar, lo pago encantado. Si al hecho de concentrar todos mis correos, limpiarlos de spam, permitirme buscar y agruparme conversaciones, le añado la incomparable ventaja de poder llevarme mis últimos dos años de correo en el teléfono móvil gracias a una pequeña aplicación gratuita, y buscar en ellos desde cualquier sitio, la propuesta de valor es ya tan grande que pasas a dividir la historia del correo en los periodos A.G. y D.G., Antes de Gmail y Después de Gmail. Es, sin ningún género de dudas, la aplicación que más echaría de menos si un día me la arrebatasen.
Desde hace pocos días, Gmail está disponible sin invitación, para cualquiera que quiera abrirse una cuenta. Tres años de pruebas sin ningún problema digno de mención hacen que uno se dé cuenta de lo que era el correo electrónico entonces y lo que es ahora, y la diferencia en perspectiva es verdaderamente impresionante. Si no existiese Google, tendríamos que inventarla.