La imagen con la que el New York Times captó el momento no deja de ser curiosa y significativa: el día más importante en la historia de la compañía, el lanzamiento del producto estrella, con toda la atención mediática pendiente de ellos y los máximos ejecutivos de la industria arropándolos... y ni una sola sonrisa. Aquello parecía un velatorio. En estos días, con todos los informativos, la prensa, la radio y las conversaciones en la máquina de café pendientes del lanzamiento de Windows Vista, tal vez sea interesante hacer algunas reflexiones acerca de la evolución de este sector y de su empresa quizás más paradigmática. ¿A qué se debe la falta de emoción en crítica, público y hasta en la propia compañía por algo definido como "el día más importante en toda su historia"?
La primera pregunta resulta obvia y esencial: ¿es el momento de Vista? Aparentemente, a poco que hagamos caso a lo que dicen las noticias, podríamos pensar que sí. Aunque uno no necesite cambiar de sistema operativo y su ordenador funcione a las mil maravillas, el derroche mediático del lanzamiento pretende convencernos de que si no cambiamos al nuevo sistema, seremos unos parias retrógrados. En ese sentido, Vista es comparable a cuando se lanza un nuevo modelo del coche que ya tenemos: el nuevo hace lo mismo, las mejoras son puramente incrementales –aunque mejoras al fin y al cabo–, pero lo más duro, en realidad, es la sensación, por culpa del lanzamiento del modelo nuevo, de pasar a tener un modelo "viejo".
Es una de las ideas fundamentales que subyacen detrás del software propietario: ser capaz de "manejar el mercado", de condicionar el flujo de ingresos de la compañía a la salida de cada nueva versión. Microsoft necesita imperiosamente sacar una nueva versión de sus productos cada poco tiempo, o sus flujos de ingresos se ralentizan. Y lo que es más interesante: el progreso en prestaciones y posibilidades de sus programas está completamente condicionado al lanzamiento de esas nuevas versiones. Los programas de una empresa así progresan siguiendo una gráfica escalonada, en la que cada peldaño inicia su andadura el día que sale una versión, y es, además, típicamente más bajo que el peldaño anterior, una mejora cada vez menos perceptible. Una nueva versión, por lógica y definición, nunca es "revolucionaria", sino que corrige y mejora incrementalmente la anterior. Analice el producto anterior de la empresa, Windows XP: haga memoria, recuerde cuando lo instaló. ¿Ha cambiado mucho desde entonces? Dejando aparte un par de parches, nada. El páramo más absoluto en términos de innovación, en medio de una de las épocas de mayor y más agresivo avance en la historia reciente de la tecnología. Se ha pasado usted esos seis años de dinámica innovación caminando por un escalón completamente plano. Eso sí, ahora, ni se le ocurra dudar de la necesidad o idoneidad de cambiar a Vista; sería usted un retrógrado y un antisocial.
¿Cómo funciona ese esquema en otras opciones, particularmente en aquellas de código abierto? En el momento en que un programa se lanza, empiezan a constituirse con él dos comunidades: la de usuarios y la de desarrolladores, a veces íntimamente ligadas. La primera versión del programa tal vez sea menos potente que la de un programa propietario comparable pero, ¿qué ocurre a partir de ahí? Dos parámetros empiezan a imponer su ley: por un lado, el tamaño de la comunidad de usuarios. A mayor tamaño, mayor interés en programar para ellos, en satisfacer ese mercado que, además, demanda nuevas posibilidades y expansiones de funcionalidad cada vez que se las encuentra, cual si fuera un enorme y descentralizado departamento de I+D. Por otro, el tamaño de la comunidad de desarrolladores, ligada con la anterior, y que produce un ecosistema de desarrollo más dinámico, más eficiente, con más ojos supervisando y más personas proponiendo mejoras y novedades.
Cada vez que alguien resuelve un problema o crea algo nuevo, su desarrollo es puesto en repositorios para que, a partir de ahí, cualquiera que plantee algo similar, pueda ver esa solución y mejorarla si lo estima oportuno. Las prestaciones de la aplicación, en lugar de condicionarse al calendario de desarrollo y comercialización de nuevas versiones de una empresa específica, se mueve con la velocidad real del desarrollo tecnológico, siguiendo una curva exponencial continua definida por los parámetros antes citados: a mayor tamaño de las comunidades de usuarios y desarrolladores, mayor pendiente, mayor progreso. Que esa curva exponencial supere el avance escalonado del programa en versión propietaria es únicamente cuestión de tiempo, de ciclo. Un ciclo que, en el caso de los sistemas operativos, ya se ha superado claramente.
Microsoft sabe que es imposible competir con algo así. En el fondo, y seguramente a eso se debe la ausencia de sonrisas el día de la presentación del producto, Microsoft sabe que el lanzamiento de Vista pone de manifiesto, como ha dicho toda la crítica, que las mejoras con respecto a su predecesor son muy escasas ("un Windows XP recalentado", afirma la prestigiosa C|Net) y que optar por un costoso cambio de ordenador para pasarse a Vista, además de no estar especialmente justificado, supondrá optar por otros muchos años de "congelación" hasta que a la empresa tenga a bien poner en el mercado otra versión, otro restyling, un proceso que esta última vez le llevó seis años culminar. Microsoft sabe que el modelo se ha agotado, y que aunque sus acuerdos con fabricantes de ordenadores le proporcionen una fuerza brutal –nótese que la empresa no ha cambiado un ápice su forma de competir a pesar de las demandas que han demostrado un comportamiento monopolístico y predatorio, lo que ha motivado que se la vuelva a investigar–, la mayoría de los clientes individuales y corporativos van a cambiarse a Vista con una ceja levantada, con un gesto de marcado escepticismo. ¿Es el momento de Vista? ¿O tal vez sea el momento de darse cuenta de que usted y su empresa necesitan optar por un esquema de progreso tecnológico más eficiente?