Petróleo y gas natural son los bienes peor repartidos del mundo. Tienden a estar en manos de la peor gentuza que anda por ahí suelta. Quizá no sea una asociación meramente fortuita. No hay que olvidar el poder corruptor de las riquezas demasiado fácilmente adquiridas. Lo cierto es que ese estridente pero bien avenido dúo de indeseables y fortuna energética ha cobrado en la configuración internacional de nuestro tiempo una importancia estratégica de primer orden. Nunca ha sido baladí, desde la invención del motor de explosión, pero ahora más, mucho más. Ya no es sólo la marcha de las economías y nuestro bienestar los que puedan depender de un aprovisionamiento fluido. Es nuestro sistema, llamado democracia, nuestros valores, inasibles pero estrechamente asociados a la libertad, e incluso nuestras vidas, generalmente muy apreciadas por sus titulares y allegados, amen de objeto de desvelos por parte de nuestros gobiernos.
Cada vez que llenamos los depósitos de nuestros coches, en la gasolinera debería sonar el famoso toque de degüello con el que los trompetas de Santa Anna amenizaban las veladas de los asediados en El Álamo, porque estamos depositando el óbolo que bien podría llamarse de Bin Laden, para honrar a este virtuoso del terror por antonomasia y recordarnos lo que nos tiene preparado a nada que nos descuidemos, como el mejicano hacía con Davy Crockett y los suyos.
Y no sólo financiamos terroristas sino las que antes o después, si alguien que seguro que no será ni Moratinos ni Zapatero no lo remedia a tiempo, llegarán a ser sus armas de elección, las llamadas de destrucción masiva. En laboratorios de Kabul y Kandahar, los socios de número de Al Qaeda, con algunos benefactores científicos paquistaníes, andaban en pos del completo catálogo, experimentando o acopiando información. Habiendo quebrado oportunamente la empresa de Sadam, los coreanos del norte, consumados mercaderes del ramo, de seguro que si la ocasión se presenta estarán dispuestos a vendérselas por un justiprecio que dependerá de la cotización del momento. Los iraníes, magnánimos con los suyos, como insistentemente han demostrado serlo con todos los que luchan por Alá y su reino en este mundo, a pesar de que a ellos nada les sobra, las distribuirán gratis a todos los que den garantías de hacer un buen y eficaz uso. A pesar de que no han sido capaces de reparar plenamente las refinerías que les averió su indeseable vecino allá por comienzos de los ochenta y tienen que adquirir en forma de gasolina parte del petróleo que exportan, no reparan en sacrificios y penalidades internacionales, estas últimas casi exclusivamente de boquilla, para hacerse con un arsenal atómico al servicio de la causa.
Y ahora Rusia, inasequible al desaliento, vuelve una vez más a pasar aviso, ahora vía Bielorrusia, de que nos tiene en un puño y colgando de un precipicio energético.