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Luis del Pino

Ira sin libertad

En buena parte de la izquierda se consideraba, y se sigue considerando, que Aznar es mucho más enemigo que Otegi, que Alcaraz es más despreciable que Josu Ternera, que Federico Jiménez Losantos es mucho más peligroso que Txeroki.

La ventaja que tienen algunos es que se les entiende todo. UGT se ha negado a incluir la palabra "Libertad" en el lema de la manifestación trampa del sábado 13, como le había solicitado el Foro de Ermua. Debe de ser que, según UGT, la libertad es un concepto de la derecha liberal. Por una vez, voy a estar de acuerdo con ellos.

Repasemos la situación: tenemos una manifestación que se convoca por parte de una serie de organizaciones que no han acudido a las concentraciones que se celebraron inmediatamente después del atentado de Barajas, ni tampoco a ninguna de las que las víctimas han convocado en los últimos dos años; que se convoca fijando un lema unilateral, al mismo tiempo que se hacen apelaciones a la unidad; que se convoca con un lema que incluye la palabra "Paz", como si estuviéramos en guerra, pero no la palabra "Libertad", a pesar de que el objetivo de los asesinos es quitárnosla; que se convoca el mismo día que en Bilbao se celebra otra en favor de la "Paz" y el "Diálogo", para que así los medios de comunicación puedan al día siguiente transmitir a la ciudadanía que en Madrid y Bilbao la gente salió a la calle a defender que se siga dialogando con asesinos. ETA ha vuelto a hablar y el sábado, en dos manifestaciones, algunos volverán a hacer los coros a la banda.

El problema de España se llama Izquierda. Mientras que la mayoría de los españoles ansiaban vivir en democracia e hicieron la Transición que a ella nos debía conducir, una parte de la izquierda española no llegó a hacer la Transición nunca. Ni siquiera en los momentos más oscuros del felipismo hubiera sido posible encontrar ningún español en la derecha que considerara a Felipe González más enemigo que a Otegi. Y, sin embargo, en buena parte de la izquierda se consideraba, y se sigue considerando, que Aznar es mucho más enemigo que Otegi, que Alcaraz es más despreciable que Josu Ternera, que Federico Jiménez Losantos es mucho más peligroso que Txeroki. Mientras que la derecha de este país admitió, sin excepciones, que la izquierda tenía derecho a existir, derecho a gobernar, derecho a discrepar, una parte de la izquierda española sigue pretendiendo excluir a la mitad de España y negarla el derecho discrepar, a gobernar y a existir. Es decir, sigue sin asumir que vivimos una democracia.

Por eso es natural la alianza con asesinos: para ellos, un asesino de izquierdas siempre es corregible, porque su fondo es bueno y sano, mientras que un pepero, un oyente de la COPE o un liberal no son sino fascistas, excrecencias sociales que sólo se toleran cuando no se está en posición de barrerlas.

Por eso es natural que se cerquen sedes del PP: llamarles asesinos no es insultarles, sino sólo describirles, y violar jornadas de reflexión está justificado porque los fascistas no pueden escudarse en la letra de las leyes para irse de rositas.

Por eso es natural que se insulte a las víctimas del terrorismo: porque víctimas verdaderas son sólo aquéllas que mueren en desiertos lejanos y en montañas remotas, y sólo si su muerte es directa o indirectamente achacable a los EE.UU.; las víctimas del terrorismo en España son simples daños colaterales cuya importancia no hay que desorbitar, y sus opiniones sólo deben ser toleradas si no entorpecen el trabajo contra el verdadero enemigo: la derecha.

La Constitución del 78 está muerta. Pero no porque ETA haya acabado con ella, sino porque nunca la dejaron vivir aquéllos que, en realidad, jamás llegaron a asumir la Transición a la democracia. Los españoles queríamos, con esa democracia, poder disponer de libertad sin ira. Pero algunos no querían eso.

Y, viéndoles pactar con asesinos, viéndoles insultar a las víctimas, viéndoles manipular los conceptos, corromper la política, saltarse las leyes, justificar cualquier medio... lo que nos preguntamos es hasta dónde llega su ira, hasta dónde estarían dispuestos a llegar, por ejemplo, para expulsar del poder a unos fascistas del PP que lo ocuparan, a su juicio, ilegítimamente.

Ira sin libertad: eso es lo que nos tienen reservado.

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