Ha llegado la hora de construir. ETA nos ha dado nuevamente la oportunidad de volver a ser razonables. No es posible que la lucha electoral partidista nos ciegue hasta el punto de no darnos cuenta de que estamos en manos de ETA. Juega con nosotros y nuestras pequeñas rencillas personales, políticas y electorales. Es el terrorismo, su naturaleza. A esta hora de la película deberíamos tener aprendida la lección.
El terrorismo puso un Gobierno imprevisto el 14-M y ahora da razones a la oposición para que se ciegue en la desgracia de un diálogo roto. "¿Has visto? Teníamos razón". Ponga la frase en la Terminal T-4 de Barajas o en los trenes del 11-M. La misma cantinela, la misma estupidez, idéntico cálculo electoral. En un caso, el error de una política adolescente; en el otro, el error de un presidente pagado de sí mismo en su apoyo a la guerra de Irak.
A menudo nos mentimos sin darnos cuenta. La cercanía de los fines nos hace más indulgentes con los métodos. Comprobamos como el oportunismo sin discurso histórico del señor Madrazo o la sensibilidad independentista de ERC, los convierte en menos beligerantes con los etarras. Y, al revés, la línea más dura de la derecha los convierte en incapacitados para entender que este cáncer del pasado viene de un tiempo donde no hubo oportunidades democráticas para combatirlo.
Ni la sensibilidad de unos ni la insensibilidad de otros nos sirve. Ha llegado la hora de la verdad. Rodríguez Zapatero no puede seguir comportándose como un adolescente que desprecia toda la experiencia acumulada del pasado. Nos mintió y para conseguir engañarnos antes debió mentirse a sí mismo. No tenía más que bellos deseos, pero la realidad no se cambia por el mero hecho de desearlo. De ser así, a todos nos tocaría la lotería.
Se acabó. Señor presidente, salga, comparezca, reconozca su error, pida a continuación colaboración. Señor jefe de la oposición, dígale que rectifique, pero no lo humille, ofrézcale su colaboración y haga sitio, colabore para que el resto de partidos se impliquen en un frente antiterrorista. Sentí envidia sana cuando el 11-S, en medio de aquella inmensa desgracia de las torres gemelas, la oposición se puso a las órdenes del Gobierno de los Estados Unidos.
Es preciso comprender que hay problemas de Estado que deben sobrepasar la confrontación ideológica. Este es uno. Con la vida de las personas no se negocia. Nadie tiene derecho a utilizar la violencia en un Estado democrático para conseguir fines políticos. Nadie en un Estado puede saltarse las leyes a la torera. Y cuando se hace, el Ejecutivo lanza a las fuerzas de seguridad del Estado sin contemplaciones, es decir, bajo las normas, reglamentos y leyes del Estado de Derecho. Se han de perder los complejos que la larga noche franquista nos colocó con los grises. La policía es parte fundamental de la política. Sin ella, no sería posible la convivencia. Hemos de aprender a reivindicar el lugar digno que le corresponde y que aún no tiene por el recuerdo de lo que representó en el franquismo. Y sacarla a la calle con decisión. Ni un acto más de violencia callejera, ni un acto más de exaltación del terrorismo por parte de concejales o líderes de partidos fuera de la ley. Toda la fuerza legal del Estado contra el mal, ni un milímetro más, pero tampoco un milímetro menos. Y cuando la ley sea respetada, las armas entregadas y la esperanza de los delincuentes rota, entonces podremos ser generosos... con el permiso de las víctimas. Mientras tanto, es el Parlamento y sólo el Parlamento la única mesa de negociación de los ciudadanos.
Y si no están de acuerdo, podemos negociar; ahora sí, entre nosotros sí. De una manera o de otra, acabaremos cediendo unos y otros hasta formar ese frente común de todos contra ETA. La empresa merece la pena.