Tras la visita del líder de la oposición a los familiares de las víctimas y a la "zona cero" del atentado de Barajas, y tras la posterior aparición del cadáver de Carlos Alonso Palate –una de las dos víctimas mortales–, el presidente del Gobierno no ha podido mantener un día más, como era su intención, su bochornosa desaparición de escena que ha maquillado con una fulgurante y nocturna visita a los familiares de las víctimas.
Si Zapatero ya se había caracterizado por no dar la cara en momentos tan decisivos como los vividos en los incendios de Guadalajara o de Galicia, poco puede sorprender su renuencia asumir sus responsabilidades como presidente del Gobierno en estos momentos en que han estallado, antes de lo previsto, las explosivas esperanzas que su gobierno hizo recobrar a la organización terrorista a cambio de un falso, temporal y electoral espejismo de paz.
En cualquier caso, con presencia o sin presencia del presidente en el parlamento, con explicaciones u ocultaciones de lo que va a hacer a partir de ahora, nosotros no "vamos a pasar página" ni a dejar de recordar lo que ha sido toda la política colaboracionista de José Luis Rodríguez Zapatero, que lo desacredita, tanto como presidente del gobierno, como líder del PSOE o como miembro de ningún pacto que tenga como verdadero objetivo la derrota y la desesperanza de ETA.
Todos los elementos de la política colaboracionista del Gobierno del 14-M resulta criticable: su maquillaje y encubrimiento de la naturaleza chantajista de los comunicados de "alto el fuego" de la banda, su pasividad ante la constante vulneración de la Ley de Partidos por parte de Batasuna, su ocultación de las cartas de extorsión que hasta ETA había justificado por razón de sus "permanentes necesidades financieras", la campaña de neutralización y desprestigio de las víctimas, la complicidad gubernamental a la hora de "internacionalizar el conflicto" en Bruselas, sus indecentes presiones a la Administración de Justicia para que la ley no fuera "obstáculo", la ocultación del "chivatazo" policial al aparato de extorsión de ETA advirtiéndole de que estaba siendo vigilado por orden judicial o su indecente determinación por quitar hierro a los actos de terrorismo callejero o al robo de pistolas o la creación de zulos, así como su oferta de impunidad y de un nuevo marco jurídico-político para el País Vasco, tan inconstitucional como para marginar al PP y satisfacer a todas las formaciones separatistas, incluida la "izquierda abertzale". Y esa crítica a la política de Zapatero constituye, en sí misma, la más clara y firme oposición a la organización terrorista que su gobierno ha tenido hasta ahora como compañera de viaje.
Desde el punto de vista moral, sólo habría una cosa peor que dejar políticamente impune la indecente política colaboracionista que el Gobierno del 14-M ha mantenido hasta ahora con sus maximalistas, impacientes y criminales compañeros de viaje: que Rajoy arremetiera contra Zapatero pasando a compartir y brindarse como vocero de las objeciones y el discurso de los terroristas, tal y como los socialistas hicieron con los autores de la matanza del 11-M, con la inaceptable excusa de que eran islamistas.