Las encuestas, incluso las que maneja el estadista Blanco, no son muy halagüeñas para el partido progre. "Empate técnico" y "ventaja decimal" son los eufemismos que los socialistas barajan para referirse a la respuesta adversa del electorado a su Gobierno. Y es que su intención ha sido conformar un régimen que excluyera del poder al PP. Con unas reglas de juego pactadas con los nacionalistas y los ecocomunistas. Un orden distinto, basado en emociones y sobreentendidos, como, por ejemplo, el deseo infinito de paz, o que cualquiera es una nación.
Pero el electorado no ha visto tanta dicha. La cesión preventiva al terrorismo etarra ha sido señalada por algunos socialistas como una traición. Y la barra libre para que todo grupo se definiera como nación no ha sentado bien a la izquierda clásica, incómoda ante la estulticia de campanario. ¿Dónde está la política socialdemócrata, redistributiva, estatista o, qué sé yo, obrerista? ¿Qué logros para la izquierda puede presentar Zapatero? Y se obtiene la callada por respuesta porque la retórica vacua es de corto recorrido cuando se tiene que gobernar.
La política zapateresca sólo ha conseguido el aplauso de los progres, siempre entusiasmados ante el relativismo, la facundia emocional y los prejuicios. Pero el recurso a las emociones que utiliza el Ejecutivo también levanta a la no izquierda, pero en sentido contrario. Ahora bien, ¿podrá Rajoy canalizar ese rechazo a la política del gobierno?
Las apelaciones del líder de la oposición a una gestión más eficaz y en línea con el resto de Europa en materias clave como la economía y la inmigración, o el refuerzo del Estado para que su existencia no sea sólo espiritual, deben contener algo más. En las circunstancias en las que estamos, de disminución de la pluralidad política en nombre de la pluralidad nacional, de acoso a las libertades individuales en pos de "derechos colectivos", no basta con recurrir a valores, hay que llamar también a las emociones.
A treinta años de la muerte del dictador que se apropió de los símbolos nacionales, es importante que el PP, un partido nacido en y para la democracia, no separe su discurso gestor del nacional y liberal. El dominio de la consigna prisaica y almodovariana no debe mantener como propios unos complejos que no corresponden histórica, personal ni políticamente al PP.
Porque, hoy, proteger el concepto de nación española es asegurar la igualdad de todos los ciudadanos en el ejercicio de sus derechos. Recurrir a la emoción liberal y nacional, entonces, debería ser el compañero político y electoral adecuado a la retórica de la gestión. Y la búsqueda del centro y el perfil bajo, como en 2004, no significan nada cuando cada convocatoria electoral, como está demostrado, es distinta.