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Cristina Losada

El Niño Josele la armó

En la "nación cultural", gente como Cuchús Pimentel, gallego, y nieto de galleguista ilustre, pero, ay, guitarrista flamenco de toda la vida, podrá vivir, pero nunca tendrá un sitio en el espacio público. Y menos si toca el himno.

La crisis del bipartito gallego está cantada. Lo digo porque la causa de la discordia se encuentra en un cantaor almeriense y una guitarra española. Ambos dos entraron en el recinto del parlamento autonómico días atrás para interpretar el himno gallego. Cuentan las crónicas que los capos del Bloque presentes aplaudieron. Horas después, sin embargo, retiraban el aplauso y pedían cuentas. Más aún, se personaban con toda una proposición para que el himno rumoroso y verdescente se interprete siempre y en cualquier lugar de acuerdo con lo dispuesto por la ley de Símbolos. Debe de ser esa –es– la única ley sagrada para el BNG. Sólo, claro, cuando los símbolos son los de su culto. Los otros, si no los queman, los mandan al desván, como hacen los altos cargos con la bandera española. El nacionalismo, que no llega a ser ideología, sin esa guerra de símbolos se quedaría en nada.

Para justificar su rabieta, figuraron cual fieles continuadores de aquellos Coros y Danzas de los tiempos franquistas. Defensores de "nuestra cultura y nuestra música" y preservadores del folklore. Pero ni el himno de Pondal y Veiga forma parte del folklore, ni la cosa va por ahí. La guerra es contra España. El sacrilegio cometido por el Niño Josele y sus acompañantes no es otro que éste: haber introducido en la cámara "el tópico más grande de la España de charanga y pandereta". Porque España no puede estar en el parlamento gallego de ninguna forma. O sea, no puede estar Galicia en las instituciones gallegas. Desde luego, no la que habla español, que no está. Tampoco la que baila pasodobles en las fiestas. En la "nación cultural", gente como Cuchús Pimentel, gallego, y nieto de galleguista ilustre, pero, ay, guitarrista flamenco de toda la vida, podrá vivir, pero nunca tendrá un sitio en el espacio público. Y menos si toca el himno.

¿Y quién llevó a los flamencos? No el PP. No sólo porque ya no tiene mando en plaza. Ha comunicado Núñez Feijóo que él nunca hubiera hecho tal cosa. No está el PP gallego para experiencias que pongan en duda un galleguismo trabajado a golpe de idioma y soplo de gaita. No se le oirá en el estrado una palabra en español, así que como para atreverse con el cante jondo. Bastante cruz es que se le acuse de violar la tradición importando la gaita escocesa y hasta la falda. En fin, la idea y su ejecución han sido de los socialistas, que culminaron así todo un año de actos conmemorativos del 25 aniversario del parlamento, incluido un solemne hermanamiento con una duna en las Cíes. Total, un millón de euros del ala del contribuyente para demostrar lo modelnos que son ellos. El himno cantado por un andaluz iba a ser el no va más del mestizaje, la fusión y la anchura de miras. Y, como diría Carmen Calvo, la prueba de que "ninguna tradición se mantiene impertérrita". Pero como el español y España también están en la lista negra de los sociatas, lo del Niño es andaluz y punto. Otra cultura de la plurinación. A fin de cuentas, también el PSOE quiere la "nación" gallega, aunque por la cuenta que le trae, que es la electoral, sin cerrar a cal y canto el Telón de Grelos.

Y este es el nivel, Maribel, del debate político en Gallaecia. Tiene suerte el bipartito. Sus esperpentos no desmerecen de los del tripartito maragalliano, pero se benefician del escaso peso político y mediático de Galicia. En cierto modo, gracias a España pasan desapercibidos.

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