Lo mejor que se puede decir de la reunión de Zapatero y Rajoy es que éste último no ha hablado de ninguna promesa realizada por el presidente del Gobierno, para luego ver truncado su cumplimiento a las primeras de cambio. Es de desear, por otro lado, que no haya sucedido lo mismo que en la anterior, cuando pactaron dejar de lado el asunto del terrorismo en el debate sobre el estado de nación para que al día siguiente el PSE anunciara una reunión con Batasuna. Por las palabras y el tono de Rajoy, posiblemente no sea así, pero el secreto con que se producen estas reuniones da para pensar que puede haber sucedido cualquier cosa.
Y es que por más que se empeñen algunos en presentar estos encuentros como algo propio de cualquier democracia sana, lo verdaderamente sano es que el gobernante y el opositor no hablen entre sí sin que los focos los iluminen y las grabadoras registren sus palabras. De no ser así, se da la impresión de que más que una democracia los ciudadanos viven gobernados por aristócratas que acuerdan entre sí los destinos de la nación sin que los individuos que la forman tengan siquiera el derecho a enterarse de cómo deciden su futuro. El presidente del Gobierno y el jefe de la oposición han de encontrarse en el Parlamento o, en su momento, en debates televisados. Nada más.
La máscara del talante tras la que se esconde la faz totalitaria de Zapatero le ha llevado, según sus palabras, a ofrecer esta reunión por obligación a unas formas que, como ya hemos destacado, tienen poco de democráticas. Y si de las palabras de Rajoy debemos fiarnos, no parece que se haya sentido obligado a nada más. Así pues, el jefe de la oposición sigue sin saber con certeza si el Gobierno y ETA se han reunido y para qué y con qué conclusiones. Tampoco ha logrado extraer la certidumbre de que el Gobierno hará cumplir la ley, obedecerá la Ley de Partidos y no alimentará los sueños imperiales de los terroristas nacionalistas vascos con la promesa de entregar Navarra a los independentistas. Esto casi permite confirmar que Batasuna se presentará de alguna manera a las municipales, que se pondrá en marcha la mesa de partidos con los proetarras, que se buscará la forma de incluir Navarra en los dominios nacionalistas y que el Fiscal General seguirá dejando que su toga se ensucie con el polvo del camino.
Nada nuevo, por tanto, tras una reunión que muy bien podría no haberse celebrado sin que nada hubiera cambiado. La visita de Rajoy al Palacio de la Moncloa habría tenido sentido si el líder del PP la hubiera empleado para su provecho, como sugerimos cuando se anunció que se iba a producir. Tampoco parece que los palmeros del proceso de rendición vayan a entusiasmarse con el resultado, puesto que Rajoy no ha quedado "convencido de que no tienen sentido alguno las catastróficas premoniciones de su partido sobre el proceso de paz", que era lo que deseaba el diario gubernamental que sucediera. Sin embargo, mientras no haya sucedido nada que no sepamos –algo que no debería pasar en una democracia digna de tal nombre–, no parece que la reunión haya tenido utilidad alguna. Para esto, mejor hubiera sido que ambos se quedaran en casa viendo el sorteo de la lotería de Navidad.