La garrapata M. A. (¿María Antonieta?) Bastenier nos explicó, el miércoles 20 y en El País, que todo lo que ocurre en Gaza y en el resto del mundo es culpa de Israel. En concreto, lo sería al parecer la guerra civil o, más diplomáticamente, los "enfrentamientos" entre Hamas y Al Fatah. Su columna nos lo cuenta todo con pelos y señales: "parece [...] un escenario especialmente diseñado por el Gobierno de Ehud Olmert en el que, nadie en Europa debería olvidarlo, figura Avigdor Lieberman". Hace algunas semanas, su colega en inexistencia subvencionada Vidal-Beneyto se indignaba en ese mismo torchon porque el socialdemócrata (?) Olmert aceptara en su Gobierno al "ultraderechista" Lieberman, lo que significa para estas y otras garrapatas que Israel es más nazi que nunca.
Precisaré que el señor Lieberman, como el señor Netanyahu, eran ministros del Gobierno de Sharon (¡sigue en coma, el pobre!) y que dimitieron cuando éste decidió la retirada unilateral israelí de Gaza. Cabe preguntarse seriamente si no tenían razón, viendo el sanguinario aquelarre en el que se ha convertido esa zona palestina tras la retirada israelí. Pero aunque eso pueda indignar a nuestras cucarachas progres, yo sigo considerando que Sharon tenía razón. La razón, en política, no es siempre un jackpot. Puede tener aspectos negativos o peligrosos, y más aún en la difícil situación del estado de Israel.
La política de Sharon puede resumirse en una defensa firme, intransigente, de Israel, pero sin desperdiciar, sin embargo, la menor oportunidad de negociación, de tregua, de acuerdos con sus enemigos, que no son sólo las organizaciones terroristas palestinas sino sobre todo los países musulmanes partidarios de la destrucción de Israel, o sea, todos menos Jordania y Egipto. Esta política de firmeza absoluta, pero sin descartar la más leve posibilidad de negociación, es la que predomina en Israel desde el principio. Con sus inevitables matices –menos firmeza a cambio de más negociación, o al revés– siempre ha sido así. No seré yo, chueta de París, quien tenga la presunción de explicar a los israelíes que todas sus aperturas y buenas disposiciones negociadoras han terminado en agua de borrajas y que su firmeza militar, en cambio, ha dado mejores resultados. Y, sin embargo, estoy de acuerdo con los israelíes que piensan que no pueden desperdiciar el menor atisbo de negociaciones, como ahora con Mahmud Abbas, pero sin bajar nunca la guardia, es evidente.
Ya lo he dicho mucho, pero merece ser repetido: nadie, nunca, jamás ofreció a Israel otro tratado de paz y nuevas relaciones entre los dos estados como el que propuso el egipcio Anuar el-Sadat. Su vis-à-vis, el israelí Beguin, ultraderechista, ultranacionalista y ex terrorista, aceptó integras sus condiciones y todo cambió entre los dos países, pese a que los Hermanos Musulmanes asesinaran a Sadat precisamente para que nada cambiara. Por voluntad propia, los israelíes se retiraron primero del sur del Líbano, donde ocupaban una franja de seguridad para evitar o limitar los ataques terroristas contra su país, y luego se retiraron de Gaza. Inmediatamente los islamistas consideraron que esas retiradas sólo constituían victorias de la "resistencia" y, en el sur del Líbano, el Hezbolá apoyado por Siria, y ahora también y sobre todo por Irán, recomienza los ataques contra Israel.
En Gaza ya se sabe lo que ha ocurrido y está ocurriendo. Apenas terminada la retirada israelí –mucho menos conflictiva de lo que se esperaban nuestros progres, que soñaban con una guerra civil–, y tras celebrar su "victoria", las organizaciones terroristas palestinas se dedicaron a destruir sistemáticamente la zona y a matarse unos a otros, sin cesar por ello sus ataques contra Israel. Todo el mundo sabe que la victoria electoral de Hamás fue una farsa, lograda a punta de fusil, y el que mejor lo sabe es Mahmud Abbas, que propone nuevas elecciones. Que sean limpias es harina de otro costal.
La Unión Europea, como siempre pero más, ha demostrado su cobardía en esta ocasión. Estando Hamás en su lista de organizaciones terroristas, "fuera de la ley" con sobrados motivos, por una parte celebran su victoria electoral como un triunfo de la democracia y, por la otra, interrumpen sus subvenciones al nuevo Gobierno de Ismael Haniya, puesto que Hamás es terrorista. Enseguida, y por motivos "humanitarios", volvieron a enviar euros a Palestina pero no al Gobierno, si no a no se sabe muy bien quién, probablemente a algún paraíso fiscal. De todas formas, países musulmanes como Irán envían millones de petrodólares a Hamás que no parecen haber sido utilizados para pagar a los funcionarios ni para alimentar a la población, sino para comprar armas.
Me gustaría, para concluir esta crónica pesimista, como conviene por estas fechas, dejar momentáneamente de lado los aspectos polimilis del caos para hablar de algo tal vez más profundo y, en todo caso, totalmente censurado y que, sin embargo, explica muchas cosas. Este miércoles Le Figaro reproduce un artículo de Ayaan Hirsi Ali, esa mujer admirable, nacida en Somalia, educada en varios países musulmanes y que, a los 24 años, después de mil peripecias y aventuras, se encontró en Holanda y con derecho a estudiar. Tuvo la inmensa suerte de estudiar en Holanda porque, si lo hubiera hecho en Francia o en España, pongamos, no se hubiera enterado como se enteró de los horrores del Holocausto. Cuenta en este artículo esa revelación, ese choque absoluto con la realidad, porque ella había literalmente mamado antisemitismo. Antes de saber leer, le habían convencido de que los judíos eran monstruos que había que exterminar para que el mundo, y sobre todo el mundo islámico, pudiera vivir. Cuenta Hirsi que, al enseñar sus libros de Historia holandeses que relataban las atrocidades nazis a su hermana menor, ésta se enfureció: "¡Mentira! ¡Mentira! Todo es mentira, los judíos siempre mienten y saben muy bien aprovecharse de sus mentiras. Pero ruego a Alá para que lo más rápidamente posible logre exterminar a todos los judíos del mundo."
También cuenta Hirsi que en Kenia, después de estar en Arabia Saudí, se dio cuenta de algo sobre lo que sólo sacó las conclusiones pertinentes mucho después. Todas las organizaciones caritativas islamistas eran a la vez organizaciones de propaganda antisemita, una propaganda que sólo Gema Martín Muñoz podría aceptar en España. Aunque, si Erdogan se lo pide, puede que el señor Rodríguez haga un Belén, con Saramago.