La vieja máxima del todo vale que es y siempre ha sido uno de los pilares del PSOE se ajusta como un guante a José Blanco, su actual secretario de Organización y representante en Ferraz del zapaterismo más rancio. Dos seguidas ha perpetrado Blanco con apenas unas horas de diferencia, a cada cual más rastrera. En la primera, ya debidamente glosada por Libertad Digital, el secretario socialista y diputado a Cortes remató la última campaña contra la AVT nacida al calor del informativo de Cuatro. En la segunda, en el caso del vídeo entregado a la prensa con planos de la difunta Loyola de Palacio, Blanco ha elevado a la enésima potencia su propia plusmarca de mezquindad.
La gravedad de lo que Prisa y PSOE montaron a dúo la semana pasada no radica, como muchos han querido hacer ver, en que nunca antes el Partido Socialista se había rebajado tanto, sino en el hecho de utilizar a un discapacitado para satisfacer sus bajas pasiones políticas. Lo emitido por Cuatro dentro de su telediario estrella, el presentado por Iñaki Gabilondo, es de una indecencia tal que sus fautores, embebidos del sectarismo más aberrante, aún no han calibrado. De Prisa, maquinaria periodística especializada en la manipulación y la mentira, puede esperarse cualquier cosa. Del Partido Socialista, según lo visto y oído, también.
La punta de lanza de esta nueva agencia socialista dedicada a la agitación más ruin y cobarde es José Blanco, que es, por añadidura, su hombre más limitado de entendederas y, a su vez, el peor preparado de toda la Ejecutiva Federal. Ruin porque utilizar a un disminuido físico o a una difunta para hacer propaganda política es inmoral y de todo punto vituperable. Cobarde porque Blanco esconde sibilinamente su maniobra tras los cortinajes de un presunto informativo de televisión de estricta obediencia monclovita, y en las entrañas de una tosca pieza propagandística de factura propia.
La estatura intelectual de Blanco es, de este modo, pareja a su talla moral, es decir, insignificantes ambas. No es extraño que sea él, que presume dentro y fuera del partido de ser el número dos del PSOE, el encargado de diseñar las campañas electorales y de coordinar la acción política de una organización que, en ocasiones, se asemeja más a una banda de matones que a un partido político democrático. Tampoco es casual que, en esto de imponer su criterio por encima de cualquier otra consideración, se haya dejado algún jirón moral en el camino. Como el que abandonó a las puertas de la Facultad de Derecho de la Complutense hace un año cuando su coche "oficial" ocupó impunemente la plaza de aparcamiento de un profesor discapacitado.
Ni se inmutó entonces ante las más que justificadas quejas del profesor universitario que hubo de soportar el desdén del alto cargo socialista, ni lo ha hecho ahora cuando buena parte de la sociedad brama por sus desmanes propagandísticos y la férrea disciplina de sinsentidos que ha impuesto desde su despacho en Ferraz. A Blanco no se le cae la cara de vergüenza porque en el pecado lleva la penitencia. Al resto de socialistas ha de atragantárseles tener por secretario de primera fila a un personaje tan miserable como ajeno a las buenas maneras de hacer política. Blanco se encuentra en las antípodas, y va siendo hora de que en el PSOE se enteren de esto o la siguiente que ingenie será más difícil de tapar.