Los dos vicios mayores del Gobierno son la propaganda y la vanidad. Mientras que la culpa del primero recae en el PSOE, la del segundo es sólo y exclusiva del presidente del Gobierno. Un partido reducido a mera propaganda y un presidente que ejerce su liderazgo de modo vanidoso son dos grandes tragedias para hacer política en España. Son los dos principales obstáculos para desarrollar la democracia. Son los causantes de que el diálogo político con los socialistas esté abocado al fracaso. Mala es la mera propaganda, pero peor es la vanidad que se extiende como un tumor maligno a quien trata de atajarlo.
Es imposible hacer política, llegar a consensos, con un partido supeditado a una maquinaría propagandística. El PSOE, según ha demostrado en su negociación con ETA, no tiene el menor interés en alcanzar verdad alguna siguiendo las pautas de la transparencia democrática. No tiene, pues, política. Su único objetivo es detentar el poder sin contar con la oposición. Por ahí las contradicciones del Gobierno socialista lo llevan a la locura. Pronto se negará a sí mismo. Pronto dirá que el Gobierno nunca negoció con los terroristas. Pronto dirá que sólo hay un culpable de la ruptura de esa negociación: el PP. A pesar de todo, sus periodistas orgánicos e inorgánicos, sus militantes, sus bobos útiles... seguirán repitiendo esas consignas contradictorias.
A pesar de todo, no creo que sea esa "ideología", esa maquinaría propagandística, el principal déficit de racionalidad democrática de este Gobierno. Me parece que el liderazgo de Zapatero es aún más peligroso. Se ha dicho muchas veces que Zapatero es inane. Falso. Este hombre está haciendo mucho daño al tejido político de este país. Está destrozando los consensos básicos para hacer política. No obstante, admito que, excepto su entreguismo al terror, todo en este hombre suena a hueco. Habla y sus palabras son vacías. Actúa y sus movimientos son inútiles. Es un tipo sin bases sólidas. Todo en él es vacío.
Sin embargo, el pasado miércoles, cuando oí a Zapatero en el Congreso de los Diputados, sus palabras me sonaron a falsas. Todo lo que dijo sobre su negociación con ETA era falso. Me puse muy contento, porque pensé que podría oponerle palabras verdaderas. Imposible. No pude. Me percaté de que Zapatero no falsifica palabra sino que las vacía de contenido. Niega lo que llevan en su interior. Es un hueco visionario. Un engreído.
Sí, más tarde, cuando vi de nuevo en la televisión lo oído en el Congreso, no tuve duda: su "discurso" era peor que falso. Era hueco. Sin fundamento. La cumbre de su vanidad fue alcanzada al pronunciar las palabras: "tiempo, temple y tenacidad". En ese instante reparé que estaba delante de un vanidoso. Su vanidad lleva al despeñadero a toda una nación. ¿Vanidad? Sí, es un vicio del espíritu del que nunca sale indemne el espectador, porque es contagioso incluso a distancia. La vanidad de Zapatero, en efecto, nos contagia a todos. El engreído, el vanidoso, "el que se lo ha creído", como suele decir el lenguaje popular, vive disimulando su engaño y maldad, su virulencia y estupidez. Es como una droga.
La palabrería engreída de Zapatero consigue aislarnos de la realidad. La vanidad de Zapatero nos vuelve vanidosos. ¿O acaso no es verdad que nos sentimos superiores, cuando oímos las vanidades y puerilidades del presidente del Gobierno? ¿No es cierto que por no dejarnos humillar por este vanidoso caemos en la jactancia y el desprecio? El peligro de este hombre es letal: cuanto más nos acercamos a él, a su vanidad, más nos volvemos vanidosos, más deseos tenemos de decirle que sólo es un vanidoso. Nadie.
¡Parece absurdo! Sí, pero ese absurdo está terminando con la democracia; sin que la oposición, desgraciadamente, pueda detener la absurda vanidad.