Cuando un buen número de titiriteros progres le dedicaron un homenaje porque un Gobierno facha la había apartado de la gerencia del Teatro Real, no se imaginaban que algunas de las cosas que hacían en aquella fiesta –fumar, beber– pronto serían denostadas y perseguidas por la homenajeada. Elena Salgado, en un Ministerio con pocas competencias después de haber transferido casi todas sus funciones a las comunidades autónomas, tomó como principal proyecto a su cargo la lucha contra el tabaco. Tras la aprobación de su inquisitorial ley, que incluso prohíbe que se regalen cigarrillos de chocolate a los niños, la ministra pareció desaparecer de los medios, excepto cuando se trataba de reprochar a quien la cesó en 1996, Esperanza Aguirre, que intente aliviar los aspectos menos presentables de su ley. Pero estas últimas semanas se ha destacado por nuevas cruzadas contra nuestra libertad en nombre de la salud.
La primera, y quizá más notoria, fue la denuncia contra la cadena Burger King por el excesivo tamaño de sus hamburguesas. Luego la obligación de congelar un día entero todo pescado que vaya a servirse crudo en los restaurantes, con el consiguiente escándalo de los cocineros que quieren ofrecerlo con todo el sabor. Y ahora está el proyecto de obligar a etiquetar nuestros vinos como "bebidas alcohólicas peligrosas". Aparte del perjuicio que esto podría suponer para una industria pujante como es la vinícola dentro de un sector primario que sobrevive muchas veces a base de subvenciones, cabría preguntarse si la ministra considera que los españoles somos idiotas incapaces de distinguir una bebida alcohólica de un refresco.
Y es que todas estas campañas tienen un denominador común: considerar que los ciudadanos somos eternos adolescentes incapaces de informarnos y decidir como adultos. Habrá quien piense que algunas de estas medidas no son tan graves, pues son meramente informativas. También se comenzó con anuncios de televisión contra el tabaco, se continuó obligando a poner mensajes en las cajetillas y se ha acabado prohibiendo su consumo en buena parte. Cuando dejamos que el Estado se introduzca, aunque sea poco, en un nuevo ámbito de decisión individual, raro es que no acabe de ocuparlo por completo con sus regulaciones y prohibiciones. Especialmente si tiene esa magnifica excusa de asegurar que lo hace "por nuestro bien", como si estuviera más interesado y mejor informado que nosotros mismos sobre qué es lo que nos conviene.
La ministra Salgado parece hiperactiva desde que fracasó en su intento de acceder a la presidencia de la Organización Mundial de la Salud. Pero no tendríamos que ser los españoles quienes pagáramos su despecho. Quizá debiera pensar en abandonar su cargo antes de que nos prohíba ir al baño, no sea que haya gérmenes y podamos pillar algo.