Cualquier prójimo se percata al viajar de Madrid a Vigo o de Barcelona a La Coruña. Incluso yo. Y mira que lo escribí hace tiempo: no sé cómo los nacionalistas no reclaman la hora menos para Galicia. Es decir, lo extraño de la historia es que hayan tardado tanto –¡esos relojes!– los del Bloque de Greenwich en votar con entusiasmo a favor de un huso horario propio, enxebre e identitario. Pues si su Asamblea aprobó la moción de un tío de Orense como un solo hombre (dicho sea en honor de Rosa Peris) no fue pensando en el ahorro de energía y los biorritmos, sino en lo que molaría distinguirse de la hora vigente en la España peninsular. El narcisismo de las pequeñas diferencias necesita alimentación constante y esto del huso equivale en términos nutritivos a la hamburguesa XXL del King, la que buena falta le hace a esa ministra que, declarándole la guerra, le ha suministrado tanta publicidad gratis.
"Yo conozco bien aquella tierra" – ha dicho José Blanco refiriéndose a su tierra– "sobre todo, cuando vengo en verano de Galicia a Madrid, y me sorprende que en Galicia hay una hora más de día". Si el del chiste se asombraba al llegar a Francia de que los niños desde su más tierna infancia hablaran tan bien francés, ¿por qué no iba a pasmarse el secretario de las jugadas que gasta la rotación de la Tierra? Pero, cuidado, que Quintana no viaja menos. "No sé si en Madrid se dan cuenta de que en Galicia no se hace de día a la misma hora que en Barcelona", advierte este epígono de Galileo. Aunque, claro, tampoco viaja más. Pues la aurora no sólo tiene la desvergüenza de aparecer por la Ciudad Condal antes que por Compostela. Es que sus rosáceos dedos tocan previamente los tejados de Roma, Berlín, Estocolmo, Viena, Budapest, Varsovia y otras ciudades que, a pesar de las injustas discriminaciones solares, se rigen como sus respectivos países por la misma hora, que es la nuestra. Sorprendente. Hay que ver lo que estos humanos inventan para organizarse. Pero bueno, nos había instado Quintana a abrir el atlas. Ábralo él y verá que toda la Península podía ir con la hora menos, como años ha. Sepa luego que no es hora mediterránea, como dice, sino centroeuropea. Y calcule el coste de coordinar el desajuste horario y apartarse de una convención común a la gran mayoría de países europeos.
Pero, ay, la culpa del bochinche es de Madrid. Como lo digo. Lo del huso propio hubiera pasado desapercibido de no haber saltado a las portadas de la prensa nacional, que es madrileña. El grueso de la gallega había conseguido camuflarlo entre la letra impresa, pues hay sitios donde el cuarto poder se siente y se sabe llamado a no aventar ridiculeces, que es la noble tarea, en fin, de tapar las vergüenzas de la política local. En cambio, hay lugares donde medra una prensa irreverente y con ganas de fastidiar. Y ahí tenemos el fruto: el huso horario está en boca de todos y el PSOE ha de sopesar científicamente los grados del meridiano de sus socios. Total, que no se ha podido evitar el bochorno. Cosa que con el nacionalismo, sea galaico, vasco, catalán o equis, es imposible. Produce bufonadas porque está en su naturaleza. Ya se manifiesten en marchas con antorchas, en culto a unos símbolos y destrucción de otros, en subvenciones a lápidas en previsión de hecatombes atómicas o en Estatutos de nación.
El caso es que esas y otras payasadas no sólo adquieren seriedad y tienen peligro en función de que sus autores manejen la llave del poder o del terror. Constituyen también las evidencias de que el nacionalismo lleva atrasado el reloj. Y no una hora, sino decenios. Nada más propio de un movimiento retrógrado que intentar que las manecillas retrocedan.