La detención de otros tres terroristas por la Gendarmería francesa desnuda una ETA activa como siempre y armada como nunca. El "proceso de paz" se anunció el 22 de marzo de 2006 bajo dos estrictas premisas: verificar el cese de toda forma de violencia y pulsar la sinceridad del propósito de dejar las armas. Sin ambas, se dijo solemnemente al pueblo español, no se negociaría con la organización maligna. Las seis detenciones de los últimos días en suelo francés, que son una buena noticia, también ilustran sobre el fracaso de José Luis Rodríguez Zapatero en su intento de embridar al tigre y hacerlo pasar por un pony bajo la aduana electoral de la que depende su ambición de absolutismo, en un nuevo régimen a la medida del PSOE y los nacionalistas. Ésa ambición y ese método –cambiar de sistema de consuno con ETA– son la raíz y la esencia de la crisis de la nación española, y no un "factor de gravedad añadido" a la espita abierta de la reforma de los Estatutos, como erróneamente ha diagnosticado el Señor Rajoy este mismo sábado durante la clausura de la Conferencia del PP sobre Un Estado eficaz.
Mientras el PP siga sin percibir con claridad que es el objetivo de una operación que persigue excluirlo del Gobierno de España y reducir a sus 9,7 millones de electores –según la consulta popular legislativa de 2004– a coartada de legitimidad para que gobiernen siempre los mismos, las oportunidades de Zapatero de experimentar con el Estado seguirán renovándose. Su responsabilidad por el rearme de ETA y por la profunda fractura que vuelve a aquejar a la sociedad treinta años después de la reconciliación constitucional, seguirá en suspenso, aplazada por la constante oferta de consenso del PP, siempre dispuesto al rescate de un presidente de probada toxicidad para las instituciones y resuelta animadversión hacia la mitad de España que no es socialista ni nacionalista y vota al PP.
De hecho, las detenciones de etarras por la policía francesa y la agonía del llamado "proceso de paz" han activado el abyecto discurso de la culpabilidad del PP. Mientras Rajoy vuelve a tender la mano para una reforma pactada de la Constitución que permita blindar las competencias del Estado, Zapatero responde con la insidia de siempre: el PP, que nunca ha querido la paz, será el único culpable si se frustra el proceso.
No es tiempo de un nuevo chance sino de pedir cuentas. Las putrefacción de los estamentos del Ministerio del Interior encargados de la lucha antiterrorista representa un foco de alarma lo bastante serio como para que el PP se preocupe menos de encajar sus propias reformas de Estatutos en el caos general, y más de la semilla que ha puesto patas arriba el Estado y ha liquidado la libertad y la igualdad de los españoles. No es otra que la negociación con ETA. Su fruto mutante es una España sin libertad ni liberales, un simulacro de democracia populista y caribeña, gobernado a perpetuidad por la dinastía de Zapatero y sus compañeros de viaje, los nacionalistas.
La negociación con los terroristas no es un elemento más de la crisis, ni siquiera el más grave, como sugiere el presidente del PP. Los terroristas son el alma del proceso y Zapatero está dispuesto a arrojarles el alma de España: la libertad de todos los españoles iguales. Ya ha puesto a su servicio lo más negro de las cloacas del Estado. Policías que avisan a los terroristas; fiscales que fuerzan la Ley para beneficiarlos... No hay otro pacto que no sea con la verdad de esta siniestra alianza, ni más oposición que la de poner a este Gobierno frente a sus responsabilidades. ¿Qué es lo que Zapatero debe a los terroristas? ¿Desde cuándo? He ahí el único eje sobre el que hacer una oposición "útil" y "eficaz", ahora que el PP propugna una política sin ideología, es decir, una idea del Bien y el Mal en la que los principios y los valores van a ser sustituidos por nociones como "eficacia" y "utilidad".