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Pablo Molina

Con funcionarios esto no pasaría

Si los servicios de La Moncloa estuvieran gestionados por la administración habría cuatro directores de área (ropa, limpieza, cuidados infantiles y pipí canino) con dos jefes de servicio, tres de sección y cinco de negociado por cada departamento.

Allá por los ochenta, cuando uno prestaba sus valiosos servicios en una recóndita administración territorial, entonces gobernada por el PSOE, circuló una anécdota muy descriptiva de la ontología del funcionario. Sucedió que un perro callejero tenía por costumbre cobijarse en el patio del parque móvil oficial. Los compañeros conductores (en los años ochenta se suponía que todos los funcionarios éramos "compañeros" y que estábamos ahí no por haber aprobado unas oposiciones, sino para hacer la revolución), sentían cierta simpatía por el chucho, al cual alimentaban con las sobras del almuerzo. El perrillo estaba tan agradecido que vigilaba los vehículos con una fiereza digna de un doberman cocainómano. No había quien se acercara al recinto pues el pobre bicho se desgañitaba ladrando y enseñando los dientes a todo el que no conocía.

Andando el tiempo, los compañeros conductores se apiadaron del animal y entre todos le proporcionaron una caseta para que se resguardara del frío en invierno y del sol en verano. A partir de ese mismo día dejó de importarle lo más mínimo que personas desconocidas deambularan por el recinto. No volvió a dar ni un solo ladrido: ya era funcionario. Después de este episodio, la seguridad del perímetro se funcionarizó también, con dos agentes por turno y un completo sistema de cámaras de vigilancia de última generación.

Con la primera huelga general que las masas trabajadoras le han recetado a Zapatero ocurrirá lo mismo, sobre todo porque se ha convocado donde más duele; dentro de casa. Una cosa es que los trabajadores del aeropuerto del Prat inmovilicen el tráfico aeroportuario, pues uno va a las rebajas de Harrods en aviones del ejército y esos no despegan de allí, y otra bien distinta que la señora vicepresidenta tenga que descuidar los importantes asuntos de su agenda para dar un planchazo al modelo que piensa estrenar al día siguiente.

Es lo que pasa cuando se confía el asunto de la intendencia al sector privado. Y mira que los compañeros sindicalistas nos lo tienen repetido: "lo público es bueno, lo privado malo". Así es, y por si doña Sonsoles aún lo dudaba, ahí tiene la prueba, en su misma cocina. Las empresas, con su manía de optimizar recursos y reducir costes en aras de la competitividad, olvidan con frecuencia que cuando se trabaja para la administración la clave del éxito es otra bien distinta.

Si los servicios de La Moncloa estuvieran gestionados por la administración habría cuatro directores de área (ropa, limpieza, cuidados infantiles y pipí canino) con dos jefes de servicio, tres de sección y cinco de negociado por cada departamento, además de la asesoría técnica compuesta por un veterinario, un dinamizador social especializado en psicopedagogía infantil y al menos diez estilistas. El equipo se completaría con cincuenta funcionarios interinos pertenecientes al grupo E para realizar las labores manuales, en turnos diarios de tres horas con el fin de compensar con descansos la realización de tareas fuera de lo fijado por convenio. De esta forma el servicio sería prestado con pulcritud y a satisfacción de todos.

Sí, sería algo así como veinte veces más caro que ahora, pero dado que la doctrina de la administración ZP fijada por la ministra Calvo es que "el dinero público no es de nadie", ¿Quién se va a molestar por esa minucia?

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