No contentos con su fiesta de reafirmación antijudicial, ciertos jefecillos socialistas aprovechan para injuriar a las víctimas del terrorismo, desatando el aplauso de una militancia incomprensible. ¿Cómo explicarse que los mismos valientes anónimos que un día propugnaron la unión de todos los constitucionalistas vascos arropen hoy a interlocutores y valedores de la ETA? Sí, sí, conozco la explicación habitual, la que defienden y difunden gentes de buena fe y algún que otro submarino amarillo: sólo quieren perpetuarse en sus cargos. No me lo creo.
¿Qué cargos son esos? ¿Dónde está su inconmensurable valor? Porque no puede ser menos que inconmensurable. Nadie vende su alma por mantener una concejalía en el infierno, nadie hace cosas que avergüenzan a sus padres y a sus hijos y a sus muertos por el mísero cálculo de sueldecillo y dietas. Forzosamente ha de tratarse de algo más profundo. De algo humano, demasiado humano.
Por ejemplo, convencerse de que el túnel tenía un final, de que un día iba a llegar la vida que merecían. En sus pueblos y ciudades, en sus aulas y comercios. Sin miedo, sin escoltas ni amenazas. Como en las sociedades normales y corrientes, donde las discrepancias son más o menos crudas pero no implican la absoluta exclusión ni acaban en el asesinato. Esta ilusión comprensible, y de momento imposible, también está detrás de los aplausos que cosecha un don nadie por insultar al máximo representante de las víctimas. Pero es el aplauso al enemigo, que habla a través de un médium.
Nadie debería dedicarse a la política sin un cierto grado de madurez moral, atributo ajeno al nivel formativo y a los títulos. Dicen que en la cúpula del socialismo vasco hay torneros en coche oficial, auxiliares administrativos acostumbrados a pisar moqueta. Ni lo sé ni me importa; los socialistas nombran ministros del Interior a los lampistas como los separatistas catalanes invisten repetidamente como presidente de la cámara a un jardinero. Y qué. El problema está en otro lugar.
El problema está en que los titulados y no titulados, los ganapanes, los situados y los eventuales potentados que aplauden al médium quieren creer en los Reyes Magos. Han decidido que todos los problemas tienen solución. Y el suyo no la tiene. Sólo queda la decencia, la seguridad de estar haciendo lo que se debe, cumplir con las leyes democráticas, no traicionar la memoria de los muertos. Alcaraz y la ATV, su imponente dignidad, su voz y sus manifestaciones son el recordatorio que les quita el sueño: primero la libertad y la justicia, y luego todo lo demás. Incluyendo la llamada "paz", que es, como vemos, mental e inalcanzable.