Pese a que ya creíamos excedida toda nuestra capacidad de sorpresa, Piqué continúa elevando el listón de la indecencia, sin descanso ni, por lo visto, rubor alguno. Ya superó los récords de salto de altura el descaro con que mostró en la noche del 1 de noviembre lo que espera de los medios de la derecha: el servilismo más absoluto, el cierre de filas incondicional, al modo catalán o, mejor dicho, nacionalista catalán, que no es lo mismo. Pero aquello se esperaba; de no producirse, se hubiera pensado que se debía sólo a ese mito llamado seny. Lo que ya no resultaba tan previsible ha sido su capacidad de cambiar de deporte en una semana y pasar a batir todas las marcas del salto con pértiga con la misma soltura de siempre.
Los resultados del PP catalán en la última contienda fueron razonablemente dignos, porque los votantes que le quedan tienen en su mayoría una relación larga y esforzada con el partido y con sus militantes, la que mantienen entre sí los judíos en Alemania, los kulaks en Ucrania, los miopes en la Revolución Cultural. Algo así no se deja tirado fácilmente en la cuneta, por más que el líder de la formación se sienta mucho más cerca de los verdugos nacionalistas que de las víctimas que persisten inusitadamente en no renunciar a sus derechos como ciudadanos y como españoles. Puede que a Piqué le parezca que perder presencia en el Parlamento regional cuando tenía la mejor oportunidad que se recuerda para ganarla le reivindica. Hasta es posible que en Génova se lo crea alguien más, aconsejado por el Arriola de turno. Pero resulta difícil mantener la ficción cuando pasa de despreciar a insultar directamente a sus propios votantes.
Si al señor Piqué le parece una provocación hablar en castellano en el Parlamento catalán, en el que se representa a unos ciudadanos que tienen mayoritariamente ese idioma como lengua materna, no hay problema. En CiU lo acogerán con los brazos abiertos, a él y a sus colegas Vendrell y Millo; el nacionalismo catalán ha sido tradicionalmente generoso con los herejes arrepentidos. O con los submarinos poco o nada disimulados. Por defender que sí se debe hablar en castellano es por lo que las bases y los votantes son recibidos al grito de fachas y abusados y golpeados por las camisas negras del nacionalismo. Y Piqué acaba de darles la razón a los agresores. No se entiende, por tanto, que pretenda seguir ostentando la representación de los agredidos. O se entiende demasiado.