Apenas han terminado de contarse los noventa mil votos cosechados por la única candidatura que invitaba a acudir a las urnas con algo más que triste resignación en esta Cataluña desnortada que a toda prisa rompe con España y consigo misma. Apenas se ha hecho el arqueo provisional de la sorpresa, del fresco y cálido aluvión de ilusiones que tal vez nos haya dejado en herencia aquella civilización en ruinas de la Barcelona anarcoliberal y democaótica de los años 70, tan hermosa "allá lejos / donde habita el olvido". Apenas empieza a calmarse el remolino de esos votos de quién sabe quién, que ha cosechado un partido de quién sabe dónde y que a saber hasta cuándo durará. Apenas ha entrado Cenicienta en la fiesta, naturalmente sin carné de baile, y ya está la policía del tiempo muerto pidiéndole los papeles. Ya ha empezado la siembra de sospechas, el coro de reticencias, la miseria de esta política miserable, la propia de una España en quiebra, a la que la han llevado una Izquierda criminal y una Derecha suicida o de saldo.
El suicidio también es de saldo. Rajoy dedicó lo peor de sí mismo y de su última semana a respaldar el disparate de ese Nuevo Estatuto de Andalucía, al que podríamos llamar de Iznájar, porque tiene su origen en Pepe Montilla: para tapar el fracaso de un melón de ese pueblo llegado a Barcelona a eso de los 19 años y cuya cata resulta sosa, se ha recurrido a la melonada de unos tíos en la Córdoba del siglo pasado, allá por el 19. Lo ha hecho después de cosechar una derrota sin paliativos en esa Cataluña que puede presidir el amelonado iznajareño y de culpar del chasco a quienes no se han rendido a esa máquina de la trola que es el nacionalismo catalán, a quienes no se han colgado de la viga falsa de ese régimen que asegura el falso futuro de una Cataluña falseada y una España en falso. Lo ha hecho comparando la iniciativa política más limpia y decente de estos últimos veinticinco años de régimen constitucional, que es la de Ciudadanos de Cataluña, con los pseudopartidos o partidas bandoleras de Mario Conde o de Jesús Gil. Es una comparación resueltamente miserable, impropia de la trayectoria de Rajoy, si bien muy adecuada a un partido que encomienda su futuro a Arenas, Piqué y Gallardón.
Pero el crimen contra España y contra la Libertad continúa, siempre de la mano de la ETA y Zapatero, del separatismo y de la Izquierda, pero ante la pasividad de la Derecha, de este PP de Rajoy, que, por lo visto, quiere ser a la vez rabo de toro y cola de pescado, andar en la procesión y repicar en el campanario. En este páramo moral, ante esta ruina nacional, el triunfo de Ciudadanos es algo más que una anécdota, es una categoría casi olvidada: la de la confianza. Son noventa mil los votos de confianza que Ciudadanos ha sabido sembrar y cosechar. Otros, en cambio, no saben qué hacer para echar al Guadalquivir del consenso los cuatro millones de firmas que llegaron a recoger o los diez millones que, pese a todo, les apoyaron cuando ni ellos sabían qué pasaba. Pues pasaba que otros, con once millones de votos, depositaban toda su confianza en la ETA. Y que después de esa traición creíamos agotadas todas las reservas de confianza en la democracia española. Por suerte, no es así. O no lo es aún. O no lo es del todo. Y gracias a Ciudadanos de Cataluña. Han recibido, sencillamente, la confianza que han merecido. Noventa mil votos de confianza que hoy, seguramente, serían muchos más.