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Jorge Vilches

El PP y los nacionalismos

Estos enemigos de la "España liberal y democrática" exhiben un único discurso, trasversal y contagioso, mientras vemos que en los partidos nacionales se sostiene la unidad nacional española, al mismo tiempo que se defiende la existencia de nacionalidades

Hay una parte del centro-derecha español que no se entera. Ahora toca decir que el nacionalismo sólo atiende a sus intereses locales, enemigos de "la España liberal y democrática". Que esas naciones reivindicadas son comunidades imaginadas, como escribió Anderson, cuyo planteamiento ideológico es parte del enfrentamiento entre las élites para llegar al poder, una conclusión a la que ya habían llegado Smith, Tilly, Gellner, Hobsbawm o el propio Anderson. Y que la afirmación de que el nacionalismo no es motor de libertades, lo conocíamos desde que Hobsbawm, entre otros, distinguió entre el liberal democrático y el autoritario, aquel que se fraguó a finales del XIX, justamente cuando nacieron el catalán y el vasco, y que desembocó en los totalitarismos fascistas del XX. Es más; incluso nos habíamos dado cuenta de que la participación de los nacionalistas en el gobernación del Estado tenía el trasfondo de avanzar en su autodeterminación. Y que el desempeño de cargos públicos no eximía a los nacionalistas de odiar y difamar esos mismos cargos, amén de cobrar por ello. Es decir, ¿en qué han cambiado los nacionalismos "antiespañolistas" durante la democracia de la Constitución de 1978, a pesar de la sacrosanta Transición? En nada. Los que han cambiado son los dos partidos de ámbito nacional: el PSOE y el PP.

Los socialistas defienden ahora la España plurinacional, en la que todo grupo humano puede definirse como nación y el Estado tiene la obligación de reconocerlo. Y sabemos que tras esto no hay más que la creación de una red de coaliciones, a corto y medio plazo, que asegure la permanencia en el poder de socialistas y nacionalistas varios. El precio de esta estrategia es la reordenación del mapa territorial y la conformación de una nueva verdad oficial: el Estado Español se ha construido sobre la opresión de las naciones que habitan el territorio, por lo que es justo reconocer su existencia y permitirles el autogobierno.

Lo lógico sería que un proyecto de tal envergadura, que no ha sido consultado en referéndum alguno ni es resultado de ninguna movilización popular masiva o debate nacional, se encontrara con una voz discrepante y organizada. Pero no es así. El PP podría haberse convertido en el portavoz de los que, con un único discurso, hubieran defendido "la España liberal y democrática", en Cataluña, sin ir más lejos. El problema es que, salvo alguna referencia histórica interpretable, no sabemos a día de hoy si el PP tiene ese discurso nacional, liberal, democrático y único. Sí, único.

Porque resulta enternecedor leer la expresión "la España liberal y democrática" y, a continuación, esperar en vano alguna explicación sobre qué es, dónde está, cómo se manifiesta y qué partido la lleva en su bandera. Es impensable que, hechas estas preguntas a uno de los nacionalistas "antiespañolistas", se quedara en blanco. Estos enemigos de la "España liberal y democrática" exhiben un único discurso, trasversal y contagioso, mientras vemos que en los partidos nacionales se sostiene la unidad nacional española, al mismo tiempo que se defiende la existencia de nacionalidades y realidades nacionales distintas a la española.

El PSOE ha asimilado los nacionalismos "antiespañoles" disminuyendo al mínimo –siendo benévolo en el diagnóstico– su condición españolista. Un equilibrio imposible en el mundo de la filosofía política, pero que el Poder hace confortable. El PP, en cambio, y es triste decirlo, está en una fase de franco desconcierto. Al final, tras el polvo de la batalla, sólo nos queda defender la democracia liberal de los ciudadanos. "Be water, my friend", que decía Bruce Lee.

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