Los hechos están demostrando que las condenas a las agresiones de Martorell valían menos que un duro falso, menos que nada, menos que un informe de Santano. Aquella vergüenza, que implicaba a cargos orgánicos e institucionales del Partido Socialista, fue sometida a tal tratamiento de inversión que parecía uno de aquellos abriguitos reversibles de la infancia. Como siempre por estos pagos, la prensa no tardó ni veinticuatro horas en convertir a los agredidos en agresores y a los agresores en unos señores que pasaban por allí y se encontraron con la provocación de Acebes, empeñado en salir de los locales por la puerta y no por el ventanuco de los servicios, que es lo que le corresponde.
Cada día desde entonces ha sufrido el PPC los insultos, las amenazas o las agresiones. Mientras, Artur Mas respondía a las incomprensibles ofertas de apoyo de Piqué revalidando y extendiendo la eficacia del antidemocrático pacto de exclusión del Tinell, sumándose mediante acta notarias a las conjuras del Tripartito. Curiosa adhesión, en la parte más lesiva para la convivencia, a una coalición de gobierno cuya legitimidad cuestiona en el famoso vídeo de Madí.
Cada día se han visto acusados los proscritos de fascistas y anticatalanes. No por reiterada debería blanquearse la ignominia. Pero sí. La prensa local ha dejado de considerar noticiosa la violencia física y verbal cuando quien la sufre es el apestado del pacto de gobierno, el señalado en acta notarial. Así, a la rueda de prensa convocada para denunciar los ataques a la sede de Tortosa (incluidas dianas pintadas, es decir, invitaciones al asesinato), ni un solo medio acudió. Ni uno. Ese es el estado de normalidad democrática de Cataluña.
El presidente del gobierno, de visita electoral, ha puesto su granito de arena invitando a acorralar a la extrema derecha. No, no se refería a la Esquerra, lo más parecido al fascismo que hay en circulación. Se refería al PP. Rodríguez invita públicamente a acorralar al PP. Como en el 13-M. Amén de insultar al adversario y trocarlo en enemigo, todo un jefe del ejecutivo alienta el proceso de extinción de la oposición política en Cataluña por exclusión social, silencio mediático y violencia "anónima". Es un insensato, un incendiario. A quien hay que acorralar es a él. Sin dianas y sin amenazas; expresando con serena claridad lo que es: un peligro para España, para la convivencia y para la libertad.