¡Ni que hubiera tan pocos muertos en Irak que tuviéramos que inventarlos! Cuando en matemáticas el resultado es absurdo, por muy bello que sea el planteamiento y brillante el desarrollo, sabemos que el problema está mal resuelto.
Un equipo de demógrafos de la Universidad John Hopkins se nos descuelga ahora, y ahora son las elecciones norteamericanas de mitad del mandato presidencial, con un sofisticado estudio que llena de muertos el atribulado país mucho más de lo que ya estaba. Para ser exactos, en el momento mismo en que Estados Unidos alcanza sus trescientos millones de vivos, cada uno con su first name y last name y casi siempre una letra perdida por el medio, a los supervivientes iraquíes les endilgan 654.925 difuntos relacionados con la guerra, eso sí, todos anónimos, como corresponde a la buena ciencia de la estadística, porque de lo que se trata es de una probabilidad. Nada de los cuatrocientos mil de Darfur y los cuatro millones del Congo, cifras sospechosamente esféricas. La de los matemáticos está llena de aristas y púas, y no rueda ni arrastrada por bueyes, pero el progresariado que hace política con la sangre iraquí la maneja cual consumado malabarista ocho bolas en el aire.
Aunque el número haya hecho las delicias de muchos ha dejado estupefactos a todos los que se esmeran por mantener vivo el recuento de muertos, sea ello por amor a la ciencia o por odio al bushismo y asociados. Cuadruplica las cifras más altas, no digamos pesimistas porque con ellas hay quien pretende ganar guerras ideológicas y electorales. La triste contabilidad se ha disparado desde que el 22 de febrero pasado se desencadenaron las milicias chiíes tras la voladura de su venerado santuario de Samarra y los asesinatos de de civiles maniatados y torturados se convirtieron en ritual diario de ambos costados de la divisoria árabo-islámica. Sumándolo todo la media ronda los cien asesinados cada día, cerca por tanto de 3.000 al mes. Un trágico desbordamiento de todo lo anterior. Pero suponiendo, a sabiendas de que no es verdad, que así hubiera sido desde el principio, y redondeando por lo alto, desde marzo del 2003 a octubre del 06 tendríamos en estos 41 meses la terrible cosecha de 123.000 vidas segadas. Entre ellas se incluyen las de no sabemos cuántos miles de guerreros del terror junto con las de sus mucho más numerosas víctimas. ¿De dónde salen las 531925 restantes? Y eso pasando por alto, pero sin dejar de decirlo, que la estimación más respetada, las del Iraqi Body Count Project sitúa las bajas mortales en 49.200, quince veces menos.
Parece como si esos profesionales del cálculo hubieran querido recordarnos eso de que "hay mentiras, cochinas mentiras y estadísticas", pero más atinado será dejar en paz a la estadística, que es una especialidad muy seria y de gran utilidad social, y recordar las fechas. Estamos en el octubre de las sorpresas. Sucede que este mes precede siempre a noviembre en cuyos primeros días se celebran elecciones cada dos años en Estados Unidos e indefectiblemente durante la treintena anterior pasan cosas destinadas a influir en los resultados. Este año los demócratas se han esmerado y el mes ha venido cuajadito de desgracias para sus rivales en el poder. Los sabios de John Hopkins han puesto su grano de arena, como lo hicieran dos años ha, exactamente con la misma gracia, una cifra tan increíble para entonces como lo es ésta ahora, aunque la de ahora es cinco veces la de entonces. Los que saben de esto, a diestra y siniestra, dicen que los errores metodológicos se han repetido punto por punto, impasibles, sus autores, ante las críticas.
Si París bien valía una misa, la Casa Blanca bien vale una macabra broma numérica.