De la chanza a la abyección. "Vamos a contar mentiras" se proponían los niños en la vieja canción popular. Y los niños crecieron y convirtieron la mentira en la primera de las fuerzas que mueven el mundo (Jean-François Revel). Ahora, si dices la verdad eres un "fascista". Al menos, eso te llama el Gobierno de la nación y la progresía, que con tanta eficacia se alimentan recíprocamente.
Como en España, aunque no tantos como para ganar las elecciones, quedan todavía muchos "fascistas", los zapatéticos han ido a buscar apoyos a Estrasburgo. A poco que el Borrell discurra, el éxito es probable. Debería invitar, inmediatamente antes de la sesión, a los parlamentarios a una comida regional, que siempre crea ambiente. Una choucroute alsaciana, con su profusión de codillo, salchichas y otras menudencias, y el generoso acompañamiento de cerveza que tanta solidez alimenticia requiere. Los próceres europeos, si no cantaban "Asturias, patria querida" sería que no se la saben, pero es posible que dictaminasen que Miguel Angel Blanco fue una víctima colateral de un conflicto armado y que Irene Villa es uno de los líderes de una de las facciones en contienda. Una especie de general Millán Astray en femenino, pues la paridad se impone hasta entre los "fascistas".
Buena parte de la clase política europea "se la coge con papel de fumar" respecto de genocidios y otros crímenes políticos del pasado. No de todos, claro. Hablar bien de Stalin, el socio vencedor, no es delito. Hablar bien de Hitler, el socio perdedor, es un crimen. Pero, digan lo que digan, el proceso de "paz" zapatético-etarra es de la misma naturaleza, aunque sus dimensiones y sus accidentes sean muy diferentes, que la solución nazi del "problema judío".
Con la sola excepción de los GAL, no ha habido, ni hay, a diferencia de Irlanda del Norte, bandos ni bandas en conflicto. Es bien revelador que los herederos del Gobierno de Felipe González, desde el que se organizó aquel grupo criminal, se perezcan por llegar a un acuerdo con la ETA. Comparten el mismo talante moral. Al margen de esa penosa vicisitud, lo que ha habido es un enfrentamiento de una banda terrorista con el Estado. Entre las víctimas de esa banda, muchas eran miembros de las fuerzas armadas o de seguridad del Estado, pero no fueron muertos o heridos en combate, sino asesinados como conejos. Otras víctimas fueron familiares suyos o gente elegida por un desgraciado azar. Ya pueden cantar, hasta la afonía, el himno al soldado vasco, ya se pueden proclamar muy "militares"; los etarras no pasan de matarifes.
Tampoco es verdad que el País Vasco haya estado sometido a España, como Irlanda estuvo sometida a Inglaterra. En la construcción de la España moderna los vascos jugaron un papel decisivo y hegemónico. Sintéticamente, no fue la explotación española la que alumbró el nacionalismo vasco (y el catalán). Fue el fracaso del liberalismo decimonónico el que alimentó los piojos reaccionarios refugiados en las casullas sucias del clero rural de aquellas regiones. En el XIX, Bilbao resistió el sitio de los bárbaros y cerriles caseros. Paradójicamente, desde finales del XX los "progresistas" se han puesto a sus órdenes.
Ahora que Zapatero y compañía han llevado su proceso de "paz" a Estrasburgo (recuerden el entusiasmo zapatético por la vieja Europa; qué pronto ha pasado, una vez ha dejado de tener utilidad contra Aznar), quizá mejor que invocar argumentos de moral y decencia sea apelar al común interés ante el peligro común. Si yo fuese el portavoz popular me limitaría a recitar a Martin Niemöller: "cuando los nazis apresaron a los socialistas, no dije nada, porque yo no era socialista/ cuando encarcelaron a los sindicalistas, no dije nada, porque no era sindicalista/ cuando se llevaron a los judíos, no proteste, porque yo no era judío/ cuando al fin vinieron a buscarme a mí, no había ya nadie que pudiera protestar". De te fabula narratur, particularmente, en el caso de la ETA, si eres francés.