Regreso en coche a Madrid, después del puente del Pilar, por la antigua carretera de Andalucía, hoy casi convertida en una Gran Vía del sur de la ciudad. Me acompaña un hombre muy maduro, un viejo militante de la izquierda comunista, que hoy vota al PP. Él vive en esta zona de la ciudad desde los años cincuenta. Desde entonces hasta hoy, mi acompañante, un hombre jubilado hace más de quince años, ha vivido y visto casi todas las transformaciones de estos barrios. Al pasar por una zona cercana a unos viejos cuarteles, me señala con entusiasmo que muy pronto el metro, la prolongación de la famosa línea 3, llegará hasta aquí. Sí, sí, muy pronto el metro llegará hasta las mismas puertas de los barrios de San Fermín, Villaverde, Ciudad de los Ángeles y alrededores. Se verá, por fin, cumplida una antigua reivindicación, o mejor, un deseo de cientos de miles de ciudadanos, que ya casi habían perdido toda esperanza de llegar a Sol en metro desde sus barrios.
Al instante, sin embargo, la animada plática de mi acompañante, que trata de ofrecerme todo tipo de datos sobre esta parte de la ciudad, se transforma en melancolía y me dice con un hilo de voz quejumbroso: "Y todo esto, quizá, no sirva para nada, pues son muchísimos los que no quieren enterarse de que esta vieja reivindicación de traer el metro hasta el sur ha sido satisfecha por la buena gestión de Esperanza Aguirre y Ruiz Gallardón". Sí, amigo, concluye el viejo luchador: "Estos barrios han cambiado mucho, pero los esquemas dogmáticos de sus moradores apenas han variado desde los primeros años de la democracia." Aún son cientos de miles los que no están dispuestos a reconocer la labor realizada por el PP, por ejemplo, para alargar la línea de metro. Siguen cerrando los ojos, engañándose, ante la eficacia de los dirigentes del PP. No quieren reconocerles nada. El resentimiento les impide hacer diferencias.
Despido a mi compañero de viaje en la calle de la Dolorosa, de la Ciudad de los Ángeles, y sigo camino al centro de Madrid, pero su tono melancólico me ha contagiado. Sus palabras se confunden con mis pensamientos, pero creo que este hombre ha querido aclararme un par de cosas. La primera era una consideración filosófica; a saber, sería terrible, especialmente para el progreso del género humano, que los cambios en las infraestructuras no tuvieran apenas nada que ver con las transformaciones de las mentalidades. La segunda era una observación de política electoral, en efecto, aunque resultaría terrible que el ciudadano no valorase a la hora de las elecciones las conquistas conseguidas gracias a la gestión del PP, sería aún más terrible que esta desconsideración viniese de una falta de coordinación entre los candidatos del PP al Ayuntamiento y a la Comunidad.
Mi tristeza creció, cuando recordé que en la plática de mi acompañante, al hablar de los avances de la zona sur de Madrid, no distinguía con precisión entre lo que correspondía a la gestión de Ruiz Gallardón o de Esperanza Aguirre. Este viejo militante de la izquierda, hoy votante del PP, hablaba de las conquistas de un partido de la derecha respecto a los años perdidos por la mala administración de la izquierda en la Comunidad y en el Ayuntamiento. Lo confieso abiertamente, al volver sobre las palabras del votante del PP, creo que me percaté de que el partido de Rajoy se está jugando en Madrid algo más importante. Lo que aquí suceda tendrá no sólo una importancia decisiva en el resto de España, sino en el futuro del PP. Me explico: la labor del PP ha sido demasiado seria y rigurosa, desde el punto de vista democrático y electoral, para que la ponga en cuestión por los juegos personales, casi siempre de carácter dialéctico, entre sus candidatos en las diferentes administraciones. Porque el PP, a pesar de su extraordinaria gestión en Madrid, aún no domina con desparpajo ideológico la regla de las mayorías y minorías, debería ser lo suficientemente cauto como para no tentar al diablo con los juegos políticos y las oposiciones retóricas entre sus propios candidatos.
Estos "juegos", por decirlo suavemente, deberían cesar inmediatamente, entre otras razones porque corren el riesgo de perder el voto selecto y de calidad de los maduros votantes de la izquierda, que, hoy por hoy, no votan sólo por la seriedad de un candidato, sino por la gestión honrada e inteligente de un partido.