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Cadena perpetua para el Che del Perú

Durante las últimas décadas del siglo pasado, Hispanoamérica se vio asolada por la acción de terroristas modelados bajo la figura del Che, el criminal con mejor marketing de la historia reciente.

En diciembre de 1980, los limeños amanecieron con la imagen de docenas de perros degollados con letreros que insultaban a Den Xiao Ping, el dictador reformista de China, entonces de visita oficial a Perú. Esa fue la señal que marcó el inicio de la carrera criminal de Sendero Luminoso. Su líder, Abimael Guzmán, un profesor universitario de familia acomodada, era admirador de Stalin, Mao y Pol Pot y, como ellos, jamás consideró la violencia como un problema. Más de dos décadas después, entre sus hazañas se cuentan más de 30.000 asesinatos.

Las víctimas de este movimiento comunista y terrorista y de su gemelo Tupac Amaru fueron principalmente campesinos pobres. Los daños que causaron durante dos décadas de matanzas se estimaron en más de 20.000 millones de dólares hasta 1991, algo así como el 80% de la deuda externa de Perú o el 75% de su PIB. Los peor parados de su lucha fueron, por tanto, esos mismos pobres que siempre quieren redimir estos grupos fanáticos. Guzmán acaba de ser condenado a cadena perpetua por un tribunal peruano, después de más de un año de juicio, en un proceso en el que se le ha dado especial importancia a la matanza de Lucanamarca, en la que Sendero asesinó a 69 campesinos, entre ellos una veintena de niños. Sobre esa acción, Guzmán diría que "lo principal es que allí dimos un golpe contundente y los sofrenamos" (a los indígenas) y que "no hay construcción sin destrucción". Todo compasión y humanidad, como se ve.

El problema de Guzmán y otros como él son las ideologías totalitarias como el comunismo, el nazismo o el islamismo, que otorgan a quienes creen en ellas tres dispensas que analizó con maestría el maestro recientemente difunto, Jean-François Revel. La primera es la intelectual, que permite sustituir el análisis necesariamente complejo de cualquier hecho por unas recetas aplicables a cualquier situación. El Corán. El capital. La segunda es moral, y liquida toda concepción del bien y del mal para sustituirla por el objetivo perseguido; así, algo será bueno o malo si en la mente del ideólogo se considera que acerca o aleja ese fin último, sea la dictadura del proletariado o un mundo sin infieles. La tercera dispensa es práctica, que elude la necesidad de confrontar los presupuestos ideológicos con la realidad. Siempre habrá una excusa que justifique el fracaso: la ideología nunca se equivoca.

Durante las últimas décadas del siglo pasado, Hispanoamérica se vio asolada por la acción de terroristas modelados bajo la figura del Che, el criminal con mejor marketing de la historia reciente. Prácticamente extinguidas en todo el continente, las guerrillas de iluminados marxistas permanecen hoy activas en Colombia, donde un reelegido Uribe debe evitar las tentaciones de negociar con los terroristas de las FARC y el ELN, que parecen acosarlo en las últimas semanas. La lucha que ha convertido Colombia en un país bien distinto del que era hace cuatro años debe continuar hasta que llegue el único final aceptable: las bandas terroristas desarticuladas y sus jefes muertos o en prisión. Como Abimael Guzmán o el sanguinario Che Guevara.

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