En el XXXV Congreso del PSOE, cuando el partido atravesaba la peor crisis que se recuerda, la suerte fue esquiva con Bono, favorito del aparato, y tocó, como suele suceder, a un señor que pasaba por allí. No es que Rodríguez no fuera el favorito de nadie; es que no lo conocían ni en su casa. Los votos que lo auparon fueron los de la venganza, el cálculo y la manipulación. Es decir, los de guerristas, balbases y maragalianos. Seguidores de Mienmano vengaban la defenestración y pública vergüenza del gran ideólogo socialista, experto en Antonio Machado, en Malher y en promoción familiar. Los de Balbás calculaban que sus votitos madrileños algo acabarían valiendo. Se equivocaban. Los de don Pasqual votaron con la lógica que siempre acompaña sus acciones: debilitar el aparato del PSOE para mejor pastelear. ¡Cómo despreciaba el nieto del poeta al ignoto Rodríguez! ¡Cuán suyo y modelable lo creía!
Un poco en la línea del padrecito Stalin, lo primero que comprendió el nuevo líder del PSOE fue que había que acabar con sus acreedores. No queda ni uno. Cosa muy diferente es dónde poner al derrotado, en qué mesa colocar el jarrón, de qué solapa colgar la insignia. La suerte le ha ido de cara a Rodríguez, pero también él, aunque parezca mentira, está sometido a la teoría de probabilidades. Así que lo normal es que, a partir de ya, empiece a darse algunos mamporros. El primero ha sido la resistencia del manchego a hacer de jarrón o de insignia de nadie. Y, sobre todo, el modo en que dicha resistencia se ha materializado, dejando al partido y a su federación madrileña irritado y escocida, respectivamente.
Si bien se mira, cuando llegue el momento de la renovación, el PSOE no va a encontrar nada más refrescante que el viejo Bono, al lado del cual son ancianos terminales los jóvenes socialistas catalanes que llevan inoculado el odio a la nación y el sectarismo en el ADN. No es que Bono no sea sectario, pero será un sectario para todos, un sectario preferible. Un sectario previsible: hay cosas que para él son sagradas, y para nosotros también. Qué gran error aquel XXXV Congreso.