Cuando asesinaron al matrimonio Jiménez Becerril, el 30 de enero de 1998, el terrorista De Juana Chaos se congratuló y celebró obscenamente que sus correligionarios hubieran segado la vida de dos personas. Le alegraban a este sujeto "las caras desencajadas de los familiares en los funerales", y también dejó este dato sobre sus hábitos alimenticios: "Esta última acción de Sevilla ha sido perfecta; con ella, ya he comido para todo el mes". Con los casi mil asesinatos, entre ellos, 25 cometidos por él, y otras muchas barbaridades perpetradas por las huestes de ETA debía de estar de sobra nutrido este sujeto. Como para aguantar, lo menos, varios años sin probar bocado. De modo que la cuestión no es sólo por qué se pusieron tantos cuidados y medios para paliar su huelga de hambre, sino por qué se le daba de comer en la cárcel. Y la única respuesta aceptable es la que apuntaron las víctimas del terrorismo: para que cumpliera su condena y se pudriera en prisión.
Ambas cosas, como sabemos, no son sinónimas. Matar en España le resulta barato a casi todo el mundo, pero si los crímenes se firman con las siglas de ETA salen prácticamente gratis. Que si beneficios por aquí, que si negociaciones por allá, los asesinos etarras y el resto de sus delincuentes encuentran la puerta abierta más pronto que tarde. La mínima exigencia de las víctimas, y de cualquier ciudadano decente, o sea, que se haga justicia, se ha visto así constantemente burlada. Como ahora tras el numerito del ayuno de De Juana. Y de tal modo que, al ceder al pequeño desafío del Carpanta del asesinato político, este gobierno que gusta de usar el modelo irlandés como espejito mágico les está diciendo a las víctimas que han sido idiotas por no haberlo seguido en su día con todos sus componentes, o sea, con paramilitares unionistas incluidos.
El ayuno del etarra mereció todo tipo de cuidados, mediaciones y preocupaciones. No podía faltar la atención del gobierno vasco, cuyo titular de Justicia comunicó la angustia que sentían él, la sociedad y las instituciones todas por el deterioro de un criminal tan valioso. Veinticinco asesinatos lo prueban, desde luego. Ni la gestión de un obispo que, como otros sacerdotes vascos, reserva su labor humanitaria para los verdugos, excluyendo siempre a las víctimas. Ni tampoco los esfuerzos del gobierno por salvar al que engordaba con la sangre ajena. Qué contraste su conducta samaritana y solícita hacia el etarra con el desprecio que demuestra hacia los que han sufrido y sufren los embates de la banda. Qué digo desprecio: persecución y linchamiento.
Hace dos semanas, en La Linterna de la COPE, Teresa Barrio, la madre de Alberto Jiménez Becerril, decía que los dirigentes del PSOE de Andalucía y Sevilla nunca habían manifestado preocupación o afecto por su familia. Ni antes ni ahora.
¿Cómo explicarlo? ¿Porque el concejal asesinado era del PP? ¿O constituía esa indiferencia un síntoma de otro tipo de enfermedad moral, además de la del sectarismo? He escrito "además". Incorrecto. La tal patología no la provoca un virus diferente a aquel que sitúa al partido y, por mediación del mismo, al poder por encima de todo y de todos. Allí donde ese principio es el único que vertebra la actividad política, las conductas abyectas son la norma y las contrarias, la excepción. Y allí donde existe ese caldo de cultivo se crían especimenes como ZP. Tipos dispuestos a pactar con el diablo a cambio del poder eterno. A servirle los manjares que solicite. A redondear con el postre que no le pertenece a él, sino a todos los ciudadanos, el banquete de ETA. La cual no piensa suicidarse, como no pensaba hacerlo De Juana Chaos. Su ansia de poder iguala, si no supera, a la de los camareros de lagrande bouffe etarra.