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José García Domínguez

Clos ya empieza a hacer el avión

El que unos emprendedores consiguiesen la preceptiva licencia municipal para instalar justo delante de su casa el mayor lupanar de los Països Catalans y alrededores, ya a nadie extrañó.

Prueba irrefutable de que Zapatero tampoco ha leído a Gracián, es que Joan Clos ya ejerce con total impunidad el oficio de ministro de Justicia, Comercio y Turismo del Reino de España. "Nunca embarazarse con necios", alertaba aquel gran sabio a los discretos en su "Oráculo manual y arte de prudencia". No sin luego prevenirlos de que "eslo el que no les conoce, y más el que, conocidos, no los descarta". Que "aunque algún tiempo los contenga su recelo propio y el cuidado ajeno, al cabo hacen la necedad, o la dicen, y si tardaron fue para hacerla más solemne". Bueno, pues cuide el presidente de ir encomendando a Suso de Toro un resumen ilustrado de las obras completas del de Calatayud. Y mejor por el procedimiento de urgencia. Que así antes ha de cavilar que este Clos es de los que no hace prisioneros. Que lo suyo no tiene cirugía. Y que eso de dejarse aterrizar en El Bulli dentro de un helicóptero sólo ha de ser el entremés de las graves nuevas que están por venir.

Como que en Barcelona, donde lo disfrutamos con alborozo, nadie recordaba caso parejo al suyo desde los tiempos del glorioso Pich i Poch. Aquel inmortal Pich i Poch que, recién nombrado alcalde durante la Restauración, se dirigió a sus atónitos paisanos para revelarles que su programa se resumía con tres emes: ministración, ministración y ministración. Aunque, en descargo de la memoria del gran Pich i Poch, cabe certificar que a él nunca se le ocurrió presidir una jornada sin tartanas. No como a Clos, que corrió presto a los micrófonos de Catalunya Ràdio para festejar un dicho "Día sin coches" al que se había adherido de modo entusiasta el Ayuntamiento. "¿Cómo ha llegado hasta nuestros estudios, señor alcalde?", sería lo primero que le preguntase entonces el locutor. "En mi coche oficial, evidentemente", le espetó Clos con la mejor de sus sonrisas profident. "Pero...", balbuceó noqueado el periodista. "Hombre, es que hay muy mala combinación de transporte público hasta aquí", le soltó el edil para acabar de rematarlo.

Después de aquello, el que unos emprendedores consiguiesen la preceptiva licencia municipal para instalar justo delante de su casa el mayor lupanar de los Països Catalans y alrededores, ya a nadie extrañó. Sin embargo, que la clientela de aquel local aumentara exponencialmente tras prohibir Clos el uso de las camas en su interior, sí provocaría cierta perplejidad entre la opinión informada. Una inquietud que se desvaneció al trascender que a la oferta lúdica frente al domicilio del alcalde se había sumado un parque temático del lejano Oeste. Era el formado por una suerte de cabañas siux, en el que las amistades forjadas dentro del local gustaban de encerrarse para lo que hubiere menester.

En fin, que lo del helicóptero de Clos es pecata minuta. Lo grave llegará cuando le dé por hacer el avión. Que será más pronto que tarde. Y si no, al tiempo.

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