De entre las crisis internacionales abiertas destaca, tanto por su gravedad como por la necesidad de tomar medidas de forma inmediata, la que representa el programa nuclear iraní.
El Consejo de Seguridad estableció doctrina exigiendo a Irán que suspendiera su programa nuclear no más tarde del 31 de Agosto, bajo amenaza de imposición de sanciones. Todo estado es libre de desarrollar un programa nuclear, salvo que voluntariamente se haya impuesto su renuncia. Este es el caso de los países que, como España o Irán, firmaron el Tratado de No Proliferación Nuclear. Esta limitación no impide disponer de un programa nuclear para usos civiles, pero exige comunicar con tiempo la voluntad de desarrollarlo y aceptar los mecanismos de control que establece la Agencia Internacional para la Energía Atómica. Irán inició un programa nuclear secreto, negó tenerlo cuando se le preguntó, reconoció que había mentido cuando no pudo ocultarlo por más tiempo y se niega a aceptar el régimen de inspección que le exige la Agencia. Este es el trasfondo de la crisis.
El plazo concluyó y la Agencia ha vuelto a informar al Consejo de que Irán continúa incumpliendo sus condiciones. Ha llegado el momento de la verdad y el Consejo se enfrenta, de nuevo, al examen de su propia credibilidad. El régimen general de no proliferación requiere que el Consejo imponga severas sanciones a quien lo viole, hasta el punto de forzarle a rectificar su posición, pues de otra manera el régimen en su conjunto se vendría abajo. Pero ¡oh, sorpresa! Los cinco grandes no están de acuerdo. Rusia y China consideran a Irán un socio económico preferencial. Rusia utiliza el Islam como instrumento de contención de la hegemonía norteamericana, al mismo tiempo que lo considera una amenaza estratégica en su propio territorio. Los europeos son capaces de hablar, dar lecciones de superioridad... pero poco más. Llegado el momento de la verdad están en perfecta disposición para ceder ante los ayatolás.
Ante la proximidad del momento de hacer de nuevo el ridículo, la diplomacia europea ha intensificado sus contactos tratando de ganar tiempo. Solana les ha propuesto congelar la aplicación de la resolución a cambio de que ellos congelen durante un tiempo su programa. Nadie nos ha explicado cómo se supervisaría y suponemos que, en realidad, nadie está preocupado por ello. Los iraníes están dispuestos a jugar, pero en todo momento han dicho que bajo ninguna condición piensan renunciar a su derecho a tener un programa nuclear.
Cuando parece evidente que la vía diplomática no va a ningún lado nos encontramos con tres significativos movimientos. Rusia acaba de realizar unas maniobras militares con Irán, encaminadas a ayudar al ejército persa a prepararse para defender el país en el caso de una hipotética invasión norteamericana. Blair ha afirmado que al Consejo de Seguridad no le queda más remedio que elaborar una nueva resolución sobre Irán, lo que implica discutir qué sanciones se le aplicarán. Por último Irán ha propuesto que empresas francesas supervisen algunas, no todas, las instalaciones vinculadas al programa nuclear, como garantía de su futuro uso civil. Los ayatolás son conscientes de que Francia está muy preocupada por su programa, pero que Chirac ya ha reconocido que no se puede hacer nada para evitarlo. En ese caso, qué mejor que darle un cierto protagonismo y, de paso, desunir un poco más al Consejo.
La maniobra iraní, a fecha de hoy, no parece haber surtido efecto, pero la vuelta de la cuestión iraní al Consejo sólo augura discusiones infructuosas y un nuevo ejemplo de impotencia multilateral.