Esta semana ha estado salpicada por un cruce dialéctico entre el ministro de Interior de Francia, Nicolás Sarkozy y el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero. Un encontronazo dolorosamente desigual entre una de las principales figuras políticas europeas, un firme candidato a suceder al prescindible Jacques Chirac en los campos Elíseos, y un presidente radical y cursi. Una persona que no siente vergüenza al reconocer que no ha aprendido nada de la derecha. Esa actitud se repite en uno de sus argumentos contra Sarkozy en su enfrentamiento en torno a la política europea de inmigración: él no acepta lecciones de otros países de la Unión Europea. Zapatero ni aprende de los demás ni cree que le haga falta. Su concepción populista y sectaria, su visión radical y de transformación de España en otra cosa no admiten la revisión ni el aprendizaje.
El de la inmigración asunto es grave. Sarkozy ha incidido una vez más en lo que otros líderes europeos han insistido con honda preocupación. Y es que el proceso de regularización masiva puesto en marcha por el Gobierno socialista está creando un problema de considerables proporciones en España, que tendrá repercusiones más allá de nuestras fronteras. Es lógico, cuando todo el esfuerzo de la construcción europea pasa por borrarlas y crear un espacio común continental en la medida de lo posible. La medida no contó con la consulta del resto de los miembros de la UE, que se vieron sorprendidos por el paso dado por Caldera y Zapatero. Sorprendidos e indignados, unos sentimientos que han dejado entrever todo lo que permite la diplomacia.
Mientras Zapatero dice que no acepta lecciones de la Unión Euriopea, su ministro del Interior (obviamos las comparaciones con Sarkozy), Alfredo Pérez Rubalcaba, se dirige a esos mismos países para reconocer lo que niega en España: Que la situación es alarmante y que nuestros servicios están desbordados. Decir una cosa y la contraria en España y en Europa se podría llamar doble moral si este Gobierno fuera capaz de alguna consideración de este cariz. Rodríguez Zapatero ni conoce la moral ni se aparta de sus ensoñaciones de transformación de la realidad española. Sus palabras diciendo que en época de Franco "no había españoles" dan una idea de hasta qué punto este hombre se siente liberado de cualquier atención a la realidad.
Una realidad que ha sido señalada por Nicolás Sarjozy. No es de extrañar que Zapatero se haya visto incomodado por las palabras del líder francés. La realidad le estorba. Los problemas le sobran. Su visión de cómo transformar España no los acepta. Pero todas las consecuencias, positivas y negativas, de la inmigración en nuestro país se están dejando notar a un ritmo acelerado. Necesitamos un Gobierno que aborde la cuestión con generosidad y con buen sentido, dos virtudes que aún están buscando sitio en La Moncloa. Nicolás Sarkozy y Mariano Rajoy se han reunido este sábado y han acordado vertebrar la política del Partido Popular Europeo al respecto. Es esta, precisamente, la clase de labor que necesitamos al frente del Gobierno.