Antonio Aguirre, socialista expedientado por su partido por no doblegarse al entreguismo ante ETA decretado por la dirección, lo recordaba en junio en una conferencia del Foro Ermua. El grupo de actrices que bajo el nombre de Rosas Blancas por la Paz había premiado a "los apologistas del terrorismo" no solamente no había condenado nunca a la banda asesina: es que, mientras participaban en una edición del Festival de Cine de San Sebastián, no habían sido siquiera capaces "de parar un solo minuto el día que ETA asesinó, a escasos kilómetros del Hotel María Cristina, a un ciudadano vasco". Ni ellas ni nadie del Festival. Si algo lo había distinguido hasta ahora era su indiferencia hacia los crímenes que ocurrían delante de sus maquilladas narices.
Nunca ha dado el Festival donostiarra cancha ni concha a las víctimas de ETA. Jamás quiso comprometerse con la lucha por la libertad que han librado miles de ciudadanos vascos plantando cara al terror y al totalitarismo nacionalista. Ha preferido ser, durante todos estos años, el escaparate de lujo de un régimen que condenaba a los disidentes al ostracismo y a la indefensión. Pero, por si quedaran dudas acerca del sentido de su largo silencio, las ha despejado al romperlo en esta 54 edición. Acaba de dar voz, podio y realce a las actrices de las Rosas y a sus parásitos políticos. No podían haber encontrado, para rebrotar, un terreno más propicio.
Ni un momento más inoportuno. Aún debían de sonar los ecos de los tiros al aire disparados por los terroristas para firmar su declaración de intenciones –la de siempre– cuando se pusieron bajo los focos Pilar Bardem, la abogada de los etarras y las socialistas que traicionan a sus propios muertos. No salió de sus bocas, aunque fuera sólo por guardar las formas, que la banda terrorista debe desaparecer. Tampoco se pronunciaron contra la renovada espiral de violencia callejera, cartas de extorsión, coacciones y amenazas. Y es que lo suyo, y lo del Festival que las ha acogido amablemente, al contrario que a las víctimas, no es condenar a la ETA sino a aquellos que no respaldan el "proceso de paz".
Este ramillete de actrices ha usurpado el emblema de unos valerosos resistentes contra el nazismo en los años 40 para ponerse del lado de quienes en la España actual, y en la Europa de ahora mismo, con más empeño reproducen las prácticas asesinas, matoniles e intimidatorias de las bandas hitlerianas. Nada han aprendido de la historia, si es que la conocen. Unos años antes de que el grupoWeisse Rosefuera liquidado por los nazis, muchos europeos se dejaban hipnotizar por discursos presididos, como los de estas Rosas, por la palabra paz. Entonces, igual que hacen ahora nuestras Rosas, los pactistas pedían diálogo, tender puentes, abandonar la intransigencia. Entonces, como ahora, a quienes se oponían, se los tachaba de fanáticos. Los miembros deWeisse Roselograron lanzar seis manifiestos antes de caer. En ellos urgían a los alemanes a despertar de "su embotado y estúpido sueño". Estas Rosas, que no clavan sus espinas en los verdugos, sino en las víctimas, extienden en cambio el opio de la falsa paz.