Una de las primeras manifestaciones del sucesor de Juan Pablo II, hecha desde Alemania, fue la de pedir perdón porque parte de la Iglesia no estuvo a la altura cuando Hitler, con sus crímenes, llenaba de contenido al nombre de su ideología: nacional socialismo. Era sólo la última muestra de perdón de una larga e importante serie protagonizada por la Iglesia cuando al frente de la misma se hallaba precisamente Juan Pablo II. Esa actitud de reconocimiento de los propios errores, la petición de perdón histórico y el propósito de enmienda es una muestra que tiene pocos parangones de respeto por la moral que se enseña y por la propia dignidad.
Desde luego no se puede encontrar una actitud parecida en el Islam, y a esa carencia ha hecho referencia José María Aznar, cuando declaró "no oigo a ningún musulmán que pida perdón por conquistar España y estar allí ocho siglos". En el Islam no hay una figura que se pueda asimilar a la del sucesor de Pedro, pero no se conoce en ninguno de los más sobresalientes teólogos islamistas ningún pensamiento que se pueda parecer al examen de conciencia, la petición del perdón por los errores propios y el propósito de enmienda.
Quizá porque el valor ético de una y otra no sea el mismo. Quizá, también, porque mientras que la primera separó pronto en el terreno de las ideas, y más tarde en el de la historia, entre los poderes espiritual y temporal, en la segunda espada, gobierno y doctrina están mucho más confundidos y no cabe tal distinción. Y quizá porque mientras que la Iglesia hace tiempo que ha llevado a la práctica el valor típicamente cristiano de extender su mensaje con la sola fuerza de las palabras, el Islam, “sometimiento” en su traducción a nuestro idioma, justifica teológicamente y lleva a la práctica con fervor la pretensión de extenderse por todo el orbe con la violencia como parte de su argumentario. Es desde esta trágica realidad histórica desde donde se deben entender las palabras de Benedicto XVI. Un discurso civilizado, pronunciado en una institución que debiera ser siempre libre, la Universidad, tan característica de nuestra sociedad occidental, y preñado de un mensaje de paz y concordia. Y que ha tenido su respuesta al otro lado con la declaración de un “Día de la ira”. De nuevo la abismal diferencia en la altura moral e intelectual de la Iglesia y la del Islamismo más consciente.
Esta diferencia no podía pasar desapercibida a nuestra izquierda, que enseguida ha sabido de qué lado ponerse. Por no perderse, por no dejar de ser lo que es, ha reaccionado lanzando una diatriba contra las palabras del ex presidente de gobierno. Nada tiene que decir contra el “Día de la ira” del Islam, pero la mera sugerencia de que los sucesores de Mahoma no son capaces, en violento contraste con la Iglesia, de pedir perdón histórico por sus acciones, les parece inaceptable.