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EDITORIAL

Barones fuera

El PSOE de Zapatero, que reúne lo peor del felipismo más el aporte de los nuevos ideólogos, ha fagocitado la que un día fuese la máquina de poder mejor engrasada de España

El PSOE legendario, el de los tiempos de Felipe González y Alfonso Guerra, está pasando a mejor vida. Su inspirador y patrón se dedica a asuntos informales desde que perdiese las riendas del poder hace ya diez años. Guerra no es ni sombra de lo que llegó a ser en tiempos pasados aunque, eso sí, mantiene su escaño de diputado. Suerte parecida han corrido casi todos los que tuvieron algo que decir en la etapa gloriosa del felipismo. Sólo resistían los barones regionales, un poder autónomo que amargó más de una tarde a los prebostes del partido en la calle Ferraz.

El tiempo, sin embargo, no pasa en balde, y el nuevo socialismo del talante está pulverizando lo poco que quedaba de aquellos años. Hace unos meses José Bono abandonaba la política activa por la puerta de atrás, después de una pésima gestión al frente del Ministerio de Defensa. En Cataluña, Pasqual Maragall ha sido defenestrado tras tres infaustos años de Gobierno que han desgastado sobremanera al ejecutivo central. La guinda se la puso ayer Juan Carlos Rodríguez Ibarra al anunciar su retirada de la política.

Ha sido un cuarto de siglo desastroso para Extremadura. La región sigue a la cola en casi todas las estadísticas posibles. En PIB per cápita, por ejemplo, Extremadura es la última muy por debajo de otras comunidades tradicionalmente atrasadas como Galicia o la Región de Murcia. No deja de ser chocante que sus 14.000 euros per cápita sean casi la mitad que los 27.300 de la Comunidad de Madrid, la más rica de España. Esto se ha traducido en un desempleo crónico, el más alto de España: un 15,8% en 2005, casi el doble del que el mismo año tuvo la Comunidad Valenciana. 

El estancamiento no sólo ha sido económico. En los últimos 25 años Extremadura no ha visto aumentar su población pero si cómo envejecía sin remedio. El raquítico desarrollo económico ha derivado en una falta de expectativas que se ha cebado en la juventud extremeña que, aún hoy, sigue emigrando a otras zonas de España en busca de un futuro mejor.

Este, a grandes rasgos, es el legado de dos décadas y media del socialismo demagógico y tercermundista que Rodríguez Ibarra ha encarnado mejor que nadie. En este reinado personalísimo del barón con más solera de todo el PSOE no ha faltado ninguno de los ingredientes clásicos en los regímenes que llevan el sello socialista. Polémico, bravucón y enemigo acérrimo de los nacionalismos catalán y vasco. Con Rodríguez Ibarra se cierra una etapa del socialismo español en la que sus líderes eran ineptos gobernando, sí, pero al menos leales a la Nación.

A excepción de Manuel Chaves, el incombustible presidente de Andalucía y del partido, no queda ya en activo ninguno de los barones felipistas. El PSOE de Zapatero, que reúne lo peor del felipismo más el aporte de los nuevos ideólogos, ha fagocitado la que un día fuese la máquina de poder mejor engrasada de España. Los barones, ayunos de influencia y de poder, ninguneados por la nueva casta gobernante, han preferido hacer mutis por el foro y desaparecer del mapa. En la España de mañana (o en lo que quede de ella) poco tienen que decir. En el PSOE de hoy menos aún.

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