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Carlos Ball

Inmigrantes, economía y política

Ni los muros ni los modernos detectores electrónicos son más potentes que un diferencial de salarios de, digamos, 4 dólares la hora de este lado de la frontera versus 4 dólares al día del otro lado.

Constantemente oigo clamar que es totalmente inaceptable que latinoamericanos crucen ilegalmente la frontera para trabajar en Estados Unidos, desplazando mano de obra nativa y aprovechándose indebidamente del estado de beneficencia establecido por Washington para subsidiar la educación y la salud de los ciudadanos.

Me temo que el púlpito donde se encaraman para denigrar de los indocumentados tiene bases muy débiles. Primero porque, a lo contrario de lo sucedido en América Latina, aquí prácticamente exterminaron la población nativa hasta el punto que hoy menos del 1% de los habitantes son indígenas. Por lo tanto, los blancos europeos y negros africanos son descendientes de extranjeros que en su gran mayoría llegaron antes de la Primera Guerra, cuando aparecieron alrededor del mundo los pasaportes, los permisos y demás impedimentos gubernamentales a la migración.

Los rabiosos enemigos de la inmigración hablan de una invasión que pone en peligro las buenas costumbres y tradiciones de la sociedad norteamericana. Por el contrario, creo que son ellos quienes ignoran la historia de este país y la grandeza de los próceres fundadores, quienes tenían muy claro que la libertad del individuo y el derecho de propiedad de cada uno sobre su persona están por encima de malas leyes que intenten reprimir principios fundamentales, tanto políticos como económicos.

En el aspecto político, indocumentados escapaban "ilegalmente" del comunismo de Alemania Oriental, igual como lo hacen los cubanos desde los años 60 y, probablemente, lo harán otros latinoamericanos huyendo del "socialismo del siglo XXI" de Chávez, Morales y Kirchner.

En cuanto a los principios económicos, ni los muros ni los modernos detectores electrónicos son más potentes que un diferencial de salarios de, digamos, 4 dólares la hora de este lado de la frontera versus 4 dólares al día del otro lado. El mexicano o centroamericano que entrega sus ahorros a un "coyote" y expone su vida atravesando peligrosas montañas y desiertos para alimentar a su familia y ofrecerle un futuro a sus hijos es el verdadero héroe de nuestros tiempos, por mal vestido que esté y poca educación formal que tenga. Y eso de mal vestido es discutible, viendo la ropa que la juventud hoy compra en Abercrombie & Fitch, tienda que en mejores tiempos funcionaba bajo el lema "Where the Blazed Trail Crosses the Boulevard" (donde el resplandeciente sendero cruza la avenida), ofreciendo una estupenda mezcla de equipamientos para la caza, la pesca y los deportes, al igual que elegantes prendas de vestir para damas y caballeros.

Por otra parte, las amas de casa de clase media en América Latina gozan de fácil acceso a niñeras y empleadas domésticas, lo cual es un lujo de millonarios en Estados Unidos debido a las absurdas leyes de inmigración. La tasa de nacimientos entre la gente con mayor educación formal en este país decae porque las mujeres jóvenes no quieren o no pueden dejar su trabajo para tener y cuidar niños, lo cual los políticos ofrecen arreglar con una costosa y deficiente educación pre-kinder, en lugar de mejorar tanto el nivel de vida como las tasas de nacimiento de la clase media norteamericana permitiendo el acceso de empleadas extranjeras. Las feministas que todo lo critican, no exigen esa importante libertad para la mujer norteamericana.

Por otra parte, Washington subsidia irracionalmente a los agricultores, lo cual al añadirse a la imposición de cuotas y aranceles a importaciones no sólo encarece la vida de los ciudadanos, sino que impide que muchos productos más baratos sean importados de América Latina, eliminando las ventajas comparativas y disminuyendo el nivel de empleo en la región, todo lo cual fomenta la inmigración de indocumentados. El verdadero problema surge al tratar de impedir con malas leyes que el mercado funcione y, como decía mi amigo Julian Simon, "las inexorables fuerzas económicas exigen un alto precio por tales prejuicios xenófobos".

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