El que fue responsable de la policía del gobierno popular ha revelado la existencia del informe de todos los informes. Las reacciones pueden ir del "algo tenía que haber" y "el ya lo decía yo" al "no saben qué inventarse", pasando por el "sin pruebas, que no hable".
La obligada es preguntar, y preguntar, y volver a preguntar al gobierno Rodríguez dónde está el maldito informe, qué han hecho con él. ¿Descansa encerrado bajo siete llaves o ha sido enmarcado para adornar el museo privado de los horrores socialistas? ¿Ardió gracias a un oportuno Zippo pacifista y de progreso, o se autodestruyó prontito como las cintas de Misión Imposible?
Misión imposible será que contesten. Pero una vez convenientemente hostigados y acorralados –en lo parlamentario– los beneficiarios políticos del 11-M, restará una pregunta final e ineludible. Y esa pregunta será para Rajoy: ¿Por qué no habló antes el PP de ese informe? Es de suponer que Díaz de Mera le comunicó en su momento a Rajoy lo que sabía. Pero, ¿cuándo lo hizo? ¿Antes o después de las declaraciones de don Mariano a El País afirmando que lo único claro del 11-M era que no había sido la ETA?
Una de las razones por las que hay que aplaudir la actual postura del PP en cuanto al 11-M es la imposibilidad de que, llegados a las terribles conclusiones que nos depara la investigación (cualesquiera que sean resultarán terribles), el partido que gobernaba el 11-M pueda eludir el coste político de algunos errores imperdonables, entre los que, curiosamente, no se cuenta el que le han reprochado hasta la agresión: haber mentido.
No mintieron. Sólo dieron su confianza a oscuros personajes como Dezcallar para que controlara a su antojo el agujero más sensible del Estado, con los frutos consabidos para ellos: ninguno. Ninguna información que sirviera para nada, según palabras más gruesas –que omito porque tales vocablos sólo me los permito para referirme a Rubianes– pronunciadas delante de tres columnistas de esta casa por un político que no citaré pero que estaba jerárquicamente por encima de Díaz de Mera.
Sólo un pequeño error más: mantuvieron en sus puestos a los componentes del entorno del GAL. Y otro: intentaron, en vano, convencer a los suyos de que había que pasar página y mirar hacia delante. La tarde de junio de 2004 que le oí decir esas palabras a Josep Piqué en Empúries, dejé de creer en él. Por fin, permitieron y permiten que otros abran camino para transitarlo ellos luego sin mancharse los mocasines. Son honrados. Porque si no lo fueran, sería para enviarlos ahí.