La circular del PP coruñés filtrada a la SER, no sabemos si previo pago o por amor al arte del enredo, es un documento importante para comprender la génesis de los incendios de este verano en Galicia. Quintana dice que es "inconcebible". Touriño que es "muy grave". Y Blanco ha descubierto en ese par de folios la penúltima prueba de que la trama incendiaria se gestó en las sedes del partido del Mal. Pero, ¿sólo en ellas? Mucho nos tememos que no.
Parte del documento se limita a confirmar detalles ya conocidos. Lo primero, que la formación de cuadrillas de extinción municipales marchaba con retraso. Lo segundo, que la consejería del ramo había decidido reservarse este año el derecho de admisión a las brigadas mediante exigencias de títulos y de certificados, como el de gallego, que dejaron fuera a personas experimentadas... y gallegohablantes. Para terminar, que la administración no enviaba a los municipios el texto del convenio, pero los urgía a firmarlo.
Hasta ahí todo normal, o sea, anormal. El escándalo, sin embargo, no ha girado en torno a esos datos. Los gritos de "¡sabotaje!" han surgido porque la recomendación a los alcaldes coruñeses del PP de que no firmaran a ciegas, se describía como una estrategia "basada en la dilación pero no en la negativa". Mucho título era para tan poca chicha, y sobre todo, para tan pobres resultados, pues el gobierno aseguraba, poco después de aquella circular, y por escrito, que la inexistencia de brigadas municipales no hacía más vulnerables a los núcleos urbanos. Es decir, que todo estaba atado y bien atado, y ello a pesar de las malas artes de los populares herculinos.
Otros, sin embargo, y para nuestra desgracia, fueron más hábiles en la utilización de las tácticas dilatorias. Tanto que puede decirse que la clave de que los montes de Galicia se hayan reducido a cenizas este agosto está precisamente en su labor. Otro sería el panorama si el más tenaz seguidor de la estrategia del PP coruñés no hubiera sido el propio gobierno. Y es que en dilaciones, pocos le superan. Retrasó primero la contratación de personal y dilató después la respuesta a los primeros avisos del fuego hasta que las llamas se volvieron incontrolables y ya pudieron quemar a gusto pinos, carballos, eucaliptos, vacas, caballos, y lo que hubiera. Dilató Touriño su salida del ocio vacacional, dilató Quintana aún más la suya y dilataron todos la petición de ayuda, que incluyó al ejército que habían expulsado.
No se quedaron atrás los alcaldes socialistas y nacionalistas. Sin necesidad de instrucciones, dilataron todo lo que pudieron. En Compostela debía de tener el alcalde algún infiltrado de la trama dilatoria. Sólo eso explicaría que le ardieran a la ciudad los cuatro costados, las llamas llegaran a varias urbanizaciones y amenazaran, incluso, la residencia oficial de Touriño. Y, en fin, algo parecido tuvo que pasar en decenas de municipios, cuyos ediles colaboraron, inconscientes, ellos, con la estrategia pergeñada por los maquiavelos del PP de Coruña.
La conspiración, por tanto, va mucho más allá de lo que dice Pepiño. Parte de su gente conspiró contra sí misma y contra su gobierno, y utilizó el arma que quería emplear el PP, pero con más empeño. Fueron los campeones de la dilación. Entre todos urdieron la trama de la incompetencia. Y como lo saben, no han querido comisión de investigación.