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Líbano, entre la ocultación y el desprecio

Hemos pasado de ser una nación con creciente peso económico y diplomático a estar presidida por un personaje que desprecia la bandera estadounidense y se pone sonriente un pañuelo palestino

España vuelve a estar presente en una actuación conjunta con otros Ejércitos en una misión bajo mandato de la ONU. Una misión muy peligrosa, con unos objetivos poco claros, y que el Gobierno no ha explicado a los españoles. Recordemos que José Luis Rodríguez Zapatero declaró pomposa y solemnemente que ninguna fuerza española iría a zonas de guerra con la oposición del Parlamento, ante el cual pronunciaba sus palabras. Lo dijo en su discurso de investidura como expresión de un compromiso personal con los españoles y, en fin, como una crítica al anterior Ejecutivo. Dado que Zapatero no parece guardar más compromisos que los que le exija el mantenimiento del poder, no tuvo empacho en enviar un primer destacamento a la zona sin dar noticia al Parlamento de ello. Zapatero es un mentiroso solemne, como también se le podría haber llamado.
 
Todos los gobiernos tienen una relación esquiva con la verdad. Pero el de Rodríguez Zapatero tiene verdadera afición por el señuelo, el engaño y la ocultación. Convencido como está de la necesidad de imponer su sectaria visión de lo que debe ser España, no tiene problema moral alguno en faltar a la verdad. El señuelo del matrimonio homosexual le aguantó más de un año. La mentira es para el Gobierno instrumento recurrente. Y el ocultamiento es su política oficial respecto de los atentados más trascendentales de la historia de España, aquellos de cuyo contexto se aprovecharon los socialistas para provocar un vuelco electoral.
 
Y no otra es su política al respecto de la actuación de las tropas españolas en Líbano. José Antonio Alonso, el encargado cuando ministro del Interior de cerrar el paso a los avances en el conocimiento y la comprensión del 11-M, fue al Parlamento a decir, entre otras cosas, cuáles eran las reglas de enfrentamiento de la misión española en Líbano. E hizo mención de dos: la defensa propia y la protección de la población civil, siempre con medios proporcionados. Y dijo la verdad. Pero no toda.
 
Porque, en unas declaraciones hechas a Libertad Digital, el portavoz del PP en la Comisión de Exteriores del Congreso, Gustavo de Arístegui, ha explicado que hay una tercera regla que marca el posible enfrentamiento de las tropas españolas con el enemigo. Nada menos que garantizar el embargo total de Hezbolá de sus armas, su capacitación y su adiestramiento. Y todo ello en una zona de enorme riesgo. Zapatero no quiere que los españoles sepan a qué se enfrentan realmente nuestros soldados, y prefiere recurrir a la ocultación, mientras se reproduce en su cursilería sin medida, hablando de un Gobierno con deseos infinitos de paz.
 
Si el desprecio por la verdad de Rodríguez Zapatero y la camarilla que le acompaña en La Moncloa es suficientemente grave, todo este asunto tiene otra veta que resulta en extremo preocupante. Y es que estas reglas de enfrentamiento se han elaborado contando con los soldados españoles, pero sin la opinión del Gobierno que los envía, que a nadie parece ya importar. Incluso la titular de Exteriores de Israel ha despreciado a España en su gira europea. Dada la actitud de Zapatero hacia Israel y Hezbolá, no le extrañará a nadie. Pero ambas circunstancias son revelación de una triste realidad. Y es que España ya ha dejado de contar en el panorama internacional. Hemos pasado de ser una nación con creciente peso económico y diplomático a estar presidida por un personaje que desprecia la bandera estadounidense y se pone sonriente un pañuelo palestino, que huye de la defensa de la propia cultura bajo el manto totalitario de la alianza de civilizaciones, mientras busca en Castro, Chávez y Morales su horizonte. Dos años le han bastado para hacer de la nación española una realidad en peligro y perfectamente prescindible. 

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