Silencio, y oreja en pared. Parece que en algún momento de 2004 se rompió la cadena de custodia del presidente Rodríguez, quien habría sido manipulado a gusto. Hasta el ADN le vertieron encima, los muy guarros. Un momento. Ahora mismo no sé si se refieren a un presidente o a una mochila. Si es que no hablan, susurran. También parece que indeterminados y expertos descuideros le han robado el traje y el nombre y el prestigio a un alto comisario en el callejón donde los GAL y la ETA pasan anualmente la ITV. Sí, hombre, allí donde trafica el vecino aquel al que piden tres mil años por contar relatos cortos de espías más cortos aún. Atención, callad. Ahora dicen que, desaparecido el alto comisario por implosión moral, varios bajos comisarios se han apresurado a abrazarse a las farolas y a perjurar que no perjuraron.
Esto es un lío fenomenal. A ver si nos aclaramos un poco. Parece ser que el portavoz de una banda armada, emulando a Gregorio Samsa, se ha despertado convertido en ministro de un gobierno que no miente. A la que el hombre intenta narrar su experiencia, se le escapan las mentiras por las comisuras de los labios. Quiere decir verdad, pero fatalmente miente. Abre un poquito la boca y miente, miente, miente. Como un adolescente onanista, se está descubriendo a sí mismo: ¡Cuántas mentiras soy capaz de producir de forma espontánea! Sin embargo, le aguarda el horror máximo. El ministro hechizado querrá una mañana cualquiera cumplir con su deber, a modo de capricho perverso o excentricidad, e investigará la puntita del 11 M... y entonces le pasará como a Mickey Rourke en Angel Heart, y acabará bajando en ascensor a los infiernos mientras Satán, Robert de Niro, exhibe el alma del cazador cazado, en forma de huevo.
En resumen, que siendo ésta tierra de milagros, un día trece de marzo surgió de la nada un ejército tan espontáneo como las mentiras compulsivas del ministro. Con sus uniformes y voces y marchas y galones y juras de bandera. Un ejército iracundo, sí, golpista, sí, fugaz, sí, pero ejército al fin. Mostrando coordinación, puntualidad, disciplina y motivación en el asalto e las sedes enemigas que para sí quisieran todos los sublevados que en España han sido. Tan atávico y unánime ímpetu por formar en las calles y desalojar al gobierno sin que nadie lo ordenara es maravilla que asombra a los estudiosos y quiebra a los escépticos. Permanece ignoto el modo en que, a todo eso, cien objetos variopintos se teletransportaron de las ferreterías y las tiendas de discos terroristas hasta una furgoneta vacía. Quien sabe lo que pasó es Rodríguez, que afirmó que todo estaba claro. Así que, si no entienden esta columna, vayan a preguntarle a él, caramba.