Si no fuera por Internet, podríamos esperar sentados a que las agencias de prensa, los diarios de papel y las televisiones nos contaran cómo la aviación de la República Democrática Socialista de Sri Lanka ha lanzado dieciséis bombas a plena luz del día sobre un orfanato de Mulliavalai, en zona controlada por los tamiles, que acogía a cuatrocientas niñas, muriendo noventa y ocho de ellas. Bardem, ¿dónde estás?
Con gran dificultad llega un lector aplicado a conocer de la masacre genocida de Sudán, donde un gobierno de árabes musulmanes ha tratado de imponer el Islam a los negros cristianos y animistas del sur. Las proporciones de la tragedia desde que en 1983 se impusiera la sharia en todo el país son escalofriantes. La violencia gubernamental y las hambrunas –en un país rico en petróleo– han dejado dos millones y medio de muertos. Y cuatro millones de desplazados han sido sustituidos por población árabe que ahora controla las tierras más fértiles. En el centro del país, en Darfur, pegado al Chad, continúa la violencia, con 50.000 muertos ya y un millón de desplazados. Almodóvar, ¿qué pasa?
En Somalia, la guerra de un entramado de clanes ha provocado centenares de miles de víctimas. Para desgracia de los somalíes, las fuerzas pacificadoras de Estados Unidos se retiraron después de que la opinión pública pudiera contemplar cómo una horda arrastraba por las calles los cuerpos de dieciocho soldados americanos muertos. Medem, ¿hay alguien ahí?
Ruanda: en un genocidio perfectamente planeado, debatido y aprobado en reuniones del gobierno, y financiado con fondos de la ayuda internacional, los hutus asesinaron a más de medio millón de tutsis, violaron a sus mujeres y más tarde acabaron con los hijos fruto de las violaciones, unos cinco mil bebés. Se aniquiló a tres cuartas partes de la etnia. La fuerza de pacificación de la ONU se mantuvo pasiva, recibiendo el general al mando órdenes estrictas de su superior, un tal Kofi Annan: "Debe usted mantener todos los esfuerzos para no ver comprometida su imparcialidad ni para actuar más allá de su mandato (…) En ningún caso, repito, en ninguno, debe extender [la evacuación de extranjeros] hasta la participación en un posible combate, salvo en defensa propia." Diez años más tarde, Kofi Annan, ya secretario general de la ONU, dijo que "nos debemos acordar de las víctimas, esos cientos de miles de hombres, mujeres y niños abandonados a una masacre sistemática mientras que el mundo, que tenía el poder de salvar a la mayoría de ellos, no pudo salvar más que a un puñado, dejando una mancha indeleble en la conciencia colectiva."
Pero la mancha no esta en la conciencia colectiva sino en la de Kofi Annan, el mismo que ahora practica la equidistancia entre los terroristas de Hezbolá, que desencadenaron la guerra más mediática, y la democracia israelí, que se defiende para no dejar otro genocidio, un segundo Holocausto, en la tardía conciencia de la ONU y en la vasta y culpable ignorancia de los progres.