Agosto ha sido un mes catastrófico para Rodriguez Zapatero. Los problemas se han ido acumulando sin que el Gobierno haya mostrado capacidad alguna para hacerles frente. Comenzamos el mes con una huelga salvaje en el aeropuerto de Barcelona que arruinó las vacaciones de miles de ciudadanos y turistas. En este mes han llegado además a Canarias más inmigrantes ilegales que en todo el año anterior, colocando a las islas al borde del colapso migratorio. Galicia ha sido devastada por una oleada de incendios sin precedentes que ha quemado miles de hectáreas. El balance de este mes de vacaciones no puede ser más negativo para el conjunto del país.
Para explicar esta serie de catastróficas desdichas no basta con referirse a la mera incompetencia del actual Gobierno, aún siendo este un factor esencial. En términos generales, los ministros han estado ausentes y sólo han acudido a los lugares donde se producía una crisis cuando la presión mediática y social se hacía insoportable. Al Parlamento no han acudido ni aún así. Parecía que los responsables ministeriales no sólo estaban demasiado ocupados por sus vacaciones, compresiblemente exhaustos después de los muchos desaguisados organizados durante el invierno, sino que había una resistencia a involucrarse en problemas para los que sencillamente no tenían solución.
Este es un Gobierno, se ha dicho muchas veces, de cartón-piedra al que sólo le preocupa su propia imagen. En última instancia, es el presidente del Gobierno el que termina acudiendo a los escenarios en crisis, pero lo hace en visitas preprogramadas que sólo buscan una foto con la que tapar la propia incompetencia de su Gobierno. Las casi fantasmales apariciones presidenciales evitan en todo caso un contacto directo con los afectados que pudieran arruinarle la imagen que busca.
Tampoco es causa suficiente para explicar el desastre la absoluta dislocación de prioridades que padece el presidente del Gobierno. Rodriguez Zapatero se halla demasiado enfrascado en una negociación claudicante con los terroristas y en sentar las bases de su segunda transición post-democrática como para ocuparse de las graves problemas reales que asolan al país. En todo caso, su única preocupación consiste en dejar claro que la culpa de cualquier desdicha es siempre del Partido Popular, verdadera causa histórica de todos lo males del país y en buena parte del mundo.
Pero no estamos sólo ante un problema de incompetencia, ni siquiera de inconsistencia del Gobierno de Zapatero. El problema de fondo es que estamos asistiendo a un proceso de desmantelamiento del Estado que lo inhabilita para poder hacer frente a cualquier situación de emergencia con eficacia. Un mal de fondo no ha hecho sino agravarse con la disparatada política territorial de Zapatero.
En todas las crisis de este verano ha podido verse una disputa entre la Comunidad Autónoma respectiva y el Gobierno de España sobre quién debía asumir la responsabilidad y quien debía poner los medios para hacerla frente. Así, la huelga en el aeropuerto de El Prat ha servido de coartada a los nacionalistas para solicitar con ímpetu renovado el traspaso definitivo de ese aeropuerto a la Generalitat catalana, como si el cambio de titularidad del aeropuerto barcelonés sirviera por si sólo para acabar con los problemas laborales de una compañía privada. En el caso de los incendios en Galicia, el Estado ha sido el gran ausente de una situación que bien se habría podido catalogar de catástrofe nacional. En el drama migratorio de Canarias el Gobierno se ve impedido para dar una respuesta conjunta a un problema que ha desbordando de forma manifiesta la capacidad de acogida de aquella Comunidad Autónoma.
La traumática experiencia de este mes de agosto debería hacernos entender la necesidad de reconstruir un Estado fuerte y eficaz que pueda dar respuesta eficaz a las situaciones de emergencia que amenazan a nuestros ciudadanos. Agosto ha sido tan sólo un aviso de a donde nos conduce la España insolidaria, dividida y enfrentada que construye Zapatero.
Ignacio Cosidó es senador del PP por Palencia