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Ya están aquí

Los terroristas lo interpretaron como una rendición y como la demostración de que golpeando a las democracias europeas, éstas acabarían cediendo. Favor que les hizo Zapatero a británicos, australianos o polacos.

La condena a muerte a Salman Rushdie a finales de los ochenta suena hoy a prehistoria, pero nos muestra que el pasado siempre es susceptible de empeorar. La amenaza islamista a las libertades humanas se actualiza cada día. La lista cada vez es más larga, pero recordemos algunos de sus miembros: la italiana Oriana Fallaci, la holandesa-somalí Ayaan Hirsi Ali, el danés Flemming Rose, editor del Jyllands-Posten o el francés Alain Finkielkraut. Todos ellos tienen dos características en común: se han posicionado con firmeza frente a la ideología islamista que los amenaza de muerte y son atacados e insultados desde sus propios países por el pacifismo bienpensante. Algunos aún aguantan mal que bien en Europa. Otros ya han huido de sus hogares europeos rumbo a ese rancio y dictatorial país que es Estados Unidos.

Pues bien, ya tenemos a un español para engrosar las listas. Las amenazas de muerte recibidas por Arístegui debieran llamar a la reflexión, y con urgencia. Por un lado porque nos recuerdan que hay gente dispuesta a matar si no oye lo que desea. Por otro lado porque no defender a estas personas con todas las consecuencias, por razones ideológicas, roza lo miserable. Y en este aspecto, mucho deben cambiar las cosas.

Hace cinco años, parte de la "intelectualidad" española hizo a Estados Unidos responsable de los atentados del 11-S. Los mismos hicieron creer que la masacre del 11-M era culpa del pérfido Aznar y de su guerra. Analizaron con detalle los casos de Fallaci o Jyllands-Posten para concluir que lo tenían merecido por provocadores e irrespetuosos. Todo con tal de no llamar terrorista al terrorista, lo que nos es ya bastante conocido: el gobierno de Rodríguez Zapatero creyó que poniéndose de lado, el islamismo pasaría de largo y mataría a otros. Su laxitud moral dejaba a millones de personas abandonadas al burka y a la ablación, pero le daba exactamente igual.

Pero a la flojera moral unió la negligencia política: la estrepitosa retirada española de Irak dio lugar a juergas mitineras de Blanco, De la Vega o Zapatero contra "la derecha y su guerra". Pero los terroristas lo interpretaron como una rendición y como la demostración de que golpeando a las democracias europeas, éstas acabarían cediendo. Favor que les hizo Zapatero a británicos, australianos o polacos, y que algún día le devolverán al pacífico presidente. Además, tampoco nos libra a nosotros del terror.

A Zapatero ni se le ocurrió pensar que los terroristas siempre quieren más, que su odio al decadente Occidente no entiende ni de fronteras ni de las marrullerías electorales que entusiasman al marido de Sonsoles. Nos han declarado una guerra total, que busca matar a nuestros militares, pero también a nuestros políticos, escritores, comerciantes o trabajadores de la construcción. Nadie se libra de estar en el punto de mira de esta gente, porque no elegimos ser sus enemigos, sino que ellos nos eligen a nosotros.

Pues bien, ya han llegado. Ya están aquí. Podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que Arístegui es el primero pero no será el último que es situado en el punto de mira del islamismo criminal. La certeza de que al político del PP seguirán otros por decir o escribir algo que incomode al mulá de turno, debiera preocupar, y mucho, a la sociedad y al Gobierno de la paz perpetua. A no ser que éste piense que la cosa no va con él, por ignorancia, por indecencia o por ambas cosas a la vez.

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