El pasado 16 de agosto, los pasajeros de un vuelo de Málaga a Manchester exigieron, y lograron, que bajaran del avión dos personas cuyos "delitos", dicen los informantes progresistas de El País, eran "tener rasgos paquistaníes, hablar árabe, ser jóvenes y no vestir sandalias y ropa veraniega como el resto del pasaje, sino gruesos jerséis y cazadoras de cuero" (El País, 22 agosto 2006).
La acusación está clara. Los pasajeros del avión eran unos racistas y cualquier que se identifique con ellos es culpable del mismo pecado. La verdad es que se entiende perfectamente la reacción de los pasajeros. Las medidas de seguridad de los aeropuertos españoles son, por decirlo suavemente, patéticas. En los aviones se puede meter de todo, incluidas navajas y cuchillos. Muchos españoles, hipnotizados por el "ansia infinita de paz" de su presidente, se sentirán a salvo del terrorismo islamista. Los pasajeros ingleses del vuelo de Málaga no parecen haber perdido del todo el instinto de supervivencia. Se saben vulnerables, y atacados.
No cabe, por otro lado, la acusación de racismo. Ser musulmán –o parecerlo: en este punto la sospecha es lícita– no es un destino biológico, como el ser blanco, negro, mujer u homosexual. Es, siempre, una elección individual. Como tal, está relacionada con una serie de elecciones conscientes. Cada musulmán debe dilucidar hasta qué punto su fe y su práctica religiosa son, en la actualidad, compatibles con los derechos humanos: libertad, autonomía individual, independencia en la toma de decisiones. Y hasta qué punto quiere que lo sean.
Todos, incluidos los progresistas de El País, sabemos que es este un debate pendiente en el mundo religioso musulmán. De hecho, es un debate censurado. Basta visitar algunos blogs iraníes de resistencia (por ejemplo, Iran Resist o A Daily Briefing in Iran) para darse cuenta de hasta dónde llega la represión y la brutalidad. No se sabe que los musulmanes se manifiesten masivamente contra los brutales atentados diarios en Irak. Lo hicieron, en cambio, contra los inocuos chistes daneses.
Tampoco los musulmanes españoles, y mucho menos los socialistas antisemitas que nos gobiernan, se dan por enterados de esos mismos atentados, ni de la violencia que están imponiendo Hezbolá en el Líbano o Hamás en la franja de Gaza ni, aún menos, de la falta de respeto de los derechos humanos practicada en la generalidad de los países árabes musulmanes.
Ante esa falta de debate y de libertad, la reacción defensiva de los pasajeros del vuelo de Málaga es como mínimo comprensible y, sobre eso, legítima. Más aún si los gobiernos y las instituciones se abstienen de tomar las medidas correspondientes. La Alianza de Civilizaciones estará muy bien para que los miembros y los amigos del gobierno español conozcan mundo y se peguen la buena vida a costa del contribuyente. No es un instrumento para defender los derechos de los ciudadanos mientras los musulmanes no se decidan a dar el paso que distingue la barbarie de la civilización.
No hay racismo alguno en sacar las consecuencias de este hecho y menos aún en hacérselo saber a los propios musulmanes. Más bien es un deber cívico. Racismo es pensar que algunos seres humanos, como los musulmanes, no son capaces de darlo. Si se quiere vivir en una sociedad libre y civilizada, habrá que aceptar sus reglas y comprometerse públicamente en su defensa.