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EDITORIAL

ETA, acumulando fuerzas

Es de manual. Un terrorista al que no se le ha obligado a dejar las armas siempre las tendrá debajo de la mesa por si la negociación no discurre conforme estaba previsto.

El terrorismo callejero, ese al que los nacionalistas se refieren como "de baja intensidad", es uno de los principales síntomas que indican si una banda terrorista sigue o no en activo y cuál es su estado de salud. Durante los años más negros de la ETA, los incendios de autobuses y cajeros iban de la mano con los atentados y los secuestros. En el extremo opuesto, cuando la banda perdía fuelle, también lo hacían los vándalos que sembraban el pánico en los cascos viejos de las ciudades. De hecho, en los últimos tres años, una de las señales más definitivas del mal momento que atravesaba el entorno etarra era la práctica desaparición de los "chicos de la gasolina". En esto coincidían todas las fuerzas políticas a un lado y otro del espectro que marca la línea divisoria en el País Vasco. La ETA estaba dejando de ser un problema, al menos en la calle.

La razón última por la que la joven camada incendiaria de la ETA no ha campado por sus respetos en el último lustro ha sido sin duda la presión judicial y la determinación de no pasar una por parte de los políticos. La llegada de Zapatero al poder y, especialmente, los rumores de la futura negociación con la banda han hecho resurgir una cotidianidad que muchos vascos habían olvidado. Ha sido la confianza transmitida irresponsablemente desde el Gobierno lo que ha posibilitado este rebrote. Los cachorros de la ETA, anticipando un triunfo que ya dan por hecho, se han lanzado a la calle para poner su granito de arena al "proceso de paz" abierto desde hace dos meses.

Con esto Batasuna obtiene dos cosas: presencia en los medios a modo de recordatorio constante de que allí existe un problema, y presión sobre el otro lado de la mesa de negociación. La ETA y toda su militancia político-social quieren dejar claro al Gobierno que se encuentra en terreno minado; que, a la mínima, su contraparte puede volver por donde solía. Es de manual. Un terrorista al que no se le ha obligado a dejar las armas siempre las tendrá debajo de la mesa por si la negociación no discurre conforme estaba previsto.

Zapatero, cuyo "plan de paz" no es más que un megaproyecto propagandístico para asegurarse el poder otros cuatro años, no quiere saber nada de esto. Le da igual que los cachorros de la banda incendien autobuses o reinicien sus labores intimidatorias en las calles vascas. Lo importante para él es guardar las formas y mantener la máquina de desinformación funcionando a pleno rendimiento. La lógica del presidente, alterada por una enfermiza ambición de poder, nos puede traer más de un problema, sobre todo si su plan no sale de acuerdo a los gruesos trazos de los estrategas de Moncloa, peritos en propaganda pero auténticos indocumentados en materia de Estado.

El Gobierno de la Nación no puede sentarse a hablar con la ETA bajo ninguna circunstancia, exceptuando la de la rendición incondicional por parte de los terroristas. Esa es la única paz posible. El resto son juegos florales, discursos vacíos y un problema asegurado en el medio plazo. A estas alturas, sin embargo, nada hace pensar que en el Gabinete del 14-M vayan a recuperar el juicio. Aguantarán lo que haga falta yendo de derrota en derrota y de humillación en humillación hasta su victoria final. Sólo queda despejar la incógnita de si la ETA será lo suficientemente paciente como para soportar tanto teatro. Ellos acumulan fuerzas, nosotros las derrochamos.

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