A estas horas, Zapatero ha llegado a la tierra de Mordor. Esa que se extiende por el litoral gallego y más allá, hacia el interior. La que envuelta en tinieblas ofrece el vislumbre de sus montañas de ceniza y sus bosques humeantes. De noche, el resplandor de las llamas puede confundir al viajero. Creerá que transita entre volcanes en erupción que escupen sus negros gases a la atmósfera. Pero hay otras nubes más tóxicas que ésas. Son las que emiten presidentes y ministros, consejeros y altos cargos, y los que nunca jamás profieren una crítica contra "los suyos". No. Su misión es ayudarles a escurrir el bulto, generar sospechas y propagar infundios. Si quisieran, al anochecer verían cómo se multiplican los focos sin otra mano negra que la del viento. Si acudieran a los pueblos observarían a los vecinos sin medios, sin ayuda, exhaustos, angustiados o furiosos. Pero no es la realidad su fuente de información, sino la oscuridad donde se cuecen los brebajes ideológicos.
Llega Zapatero y no sé lo que hará ni me importa. Lo crucial es aquello que no se ha hecho. Irremediable. El viernes por la tarde se hubiera tenido, quizá, una oportunidad para atajar esta quema. Pero entonces ningún responsable político parecía tomárselo en serio. ¿Por qué se iban a preocupar? Aquí, su televisión no dedicó aquella noche ni tres minutos al fuego y se contaban ya dos fallecimientos. Cuando las proporciones del desastre se agigantaban por horas, Touriño seguía de vacaciones. Todo controlado, dijo. Y en cuanto a medios, más no podía haber. Hombre, podía haber más, pero nadie dispone de todos los recursos que apetece. Así hablaban quienes, cuando el Prestige, exigían todos los buques y barreras anticontaminación del mundo. Pero, cuidado, no vayamos a comparar ese caso con éste.
El naufragio de un petrolero-basura puede ocurrir; no es improbable. De los incendios se sabe con certeza que aparecen todos los veranos. Son más previsibles que la llegada de ZP tras las huellas de Rajoy. Hay que realizar labores preventivas. Hay que estar alerta y vigilar. Hay que sofocarlos sin pérdida de tiempo. ¿Y? No saben, no contestan. Pero lanzan acusaciones. Apuntan unos a dieciséis años de mala política forestal del PP, sin que puedan explicar por qué ha habido que esperar a éste para que estalle ese "polvorín". La ministra del ramo hace norma de un solo caso y carga contra los "despechados". Otros culpan a tramas organizadas, que nunca se descubren. Y los más, de forma sibilina en público y abierta en privado, imputan la acción criminal a los del PP. ¿Mala gestión? ¿Ineptitud? ¡Nunca! Y tratan de encauzar la cólera hacia unos chivos expiatorios tan numerosos como imposibles de apresar. Aun si existiera esa mano negra no hay excusa: ¿para qué sirve un gobierno que se muestra incapaz de combatir una ola de delincuencia, por desaforada que sea?
Ni punto de comparación con el Prestige. Si lo hubiera, El País tendría ya en Mordor a tres o cuatro corresponsales recogiendo el sentir de quienes pierden sus fincas y ven peligrar sus casas, y las críticas de artistas y expertos. Equipos de Telecinco acamparían en la autopista del Atlántico para filmar el espectáculo y preparar las campanadas de fin de año. Greenpeace habría sacado su pieza de fauna quemada. El domingo tendríamos la primera manifestación en el Obradoiro, pidiendo la dimisión de Touriño y Zapatero. Y, sí, a ZP le habrían esperado en Compostela unos manifestantes con su retrato cubierto de ceniza y el lema "Veu e non viu" (Vino y no vio).
Pero no sucede nada de eso. La tierra del Bosque Negro no sufre como la del Chapapote. Todo está bajo control. Touriño vela a ratos, y hasta ZP suspende por unas horas la lectura de Steiner y la inevitable siesta.