La pródiga Generalidad acaba de llevar la alegría a treinta desconocidos (quizá no lo sean tanto en las oficinas públicas) en forma de generosas ayudas "a la creación literaria". Un número similar de afortunados las recibe anualmente. Cada "creador" se hace –tras exhibir unas pocas páginas de su proyecto, y siempre a condición de que estén escritas en catalán– con una cantidad superior a la que las editoriales suelen entregar en concepto de anticipo a la mayoría de autores profesionales.
La diferencia es que en este último caso es una empresa privada la que adelanta su propio dinero, obligándose el autor a entregar la obra en el plazo señalado si no quiere devolver la pasta. Por el contrario, en la creativa lluvia de millones, en esa lotería de clientelización social que se une a los famosos ochenta millones de euros en informes innecesarios, es la Generalidad la que regala nuestro dinero según criterios arbitrarios que sólo la arcana Institució de les Lletres Catalanes, dependiente del departamento de Cultura, conoce.
Es un regalo porque se da a cambio de nada: muchas de las obras subvencionadas no llegan a concluirse, y la mayoría de las que se concluyen –casi nunca en el plazo previsto– no llegan a publicarse, es decir, no interesan a ningún editor. Todo ello a pesar de la criba de calidad (ja) de la Institució y a despecho de la otra línea de ayuditas: las que, también a cargo del erario, reciben las editoriales por publicar en catalán, discriminación (¿positiva?) que durante mucho tiempo ha convertido en una inversión sin riesgo la edición de cualquier cosa –estrictamente cualquier cosa– siempre que estuviera escrita en esa lengua.
A esta orgía hay que añadir los innumerables títulos que la Generalidad edita por sí, sin encomendarse a nadie. Adivinarán ustedes el interés que despiertan entre el público. Por motivos explicables, la producción es siempre más onerosa de lo que marca el mercado. Acérquese el lector al EADOP y conozca las librerías de la Generalidad y los contenidos a los que las autoridades consideran adecuado sacrificar recursos.
Daniel Sirera, además de ser la única razón que queda en pie para seguir votando al PPC, suele denunciar cosas sabrosas. La última ha sido la discriminación, con motivo de la Feria de Francfort, de los autores catalanes en castellano.
Antes de la Generalidad y de las subvenciones, a pesar de todas las dificultades –a veces a pesar del exilio–, la literatura catalana mostraba gran dinamismo y calidad. Hoy se siembra de euros el campo (de los amigos) y nadie le llega a la suela del zapato a Foix, Espriu, Ferrater, Riba, Estellés, Palau i Fabra, Oliver o Gimferrer. O a Pla, Calders, Rodoreda, Villalonga (Llorenç), Pàmies (Teresa) o Moix (Terenci). La discriminación positiva del catalán está asesinando la literatura catalana.