No podemos confirmar ni la muerte ni la vida del asesino en serie al que Moratinos desea una pronta recuperación. En cualquier caso, el ministro de Asuntos Exteriores lo tiene muy complicado. Va ser que no. Muy difícilmente su amiguito se recuperará. Si no ha muerto ya, jamás volverá a ser lo que fue. Es lo que tienen algunos tiranos. Tardan siglos en morirse. Y cuando por fin mueren, nadie se atreve a decírselo. Ocurra lo que ocurra en las próximas horas, lo que sí nos convendría es tener paciencia. Calma. Mucha calma. Si esperamos durante tanto tiempo, podremos esperar un poco más antes de vestirnos la guayabera y lanzar al aire nuestros sombreros de paja.
De momento, hemos de conformarnos con lo que ya sabemos y no es poco. Castro arrojó la toalla. Ya no es el Primer Secretario del Partido Comunista Cubano ni el Presidente del Consejo de Estado ni el Comandante En Jefe de las Fuerzas Armadas. El verdugo ya no es más que un anciano enfermo al que no le pueden cortar una hemorragia. No quiero que sufra. No soy como él. Lo que quiero es que se vaya y nos deje en paz.
Martha Beatriz Roque lo dijo hace mucho tiempo. Nuestra lucha no morirá en la orilla después de tanto remar. Antes morirán los verdugos y sus carceleros. Sabremos lo que pasó en la Isla de las doscientas cárceles. Nos lo contarán Óscar Elías Biscet y sus compañeros. Creo que en esta ocasión no confundo mis deseos con la realidad. Es prácticamente imposible que el verdugo se recupere. Y aún en ese caso, jamás volverá a ser quien en mala hora fue. Se acabó. Más pronto que tarde, Moratinos tendrá que conformarse con acudir a su funeral. Será fastuoso. A los asesinos en serie se les entierra a lo grande.
¿Llorará Moratinos? ¿Conoceremos los datos que guarda aún Castro en su mochila? Esperemos. Ya queda menos. Después de tanto, ya no queda nada.