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Cristina Losada

Y fue un día nacional

Y el poder político debe estar por encima de todo. En especial, encima de los ciudadanos. Lo cual explica que el BNG desee para Galicia un Estatuto intervencionista como el que ha caído sobre Cataluña.

Mientras las huestes nacionalistas se manifestaban en Compostela al grito de "somos unha nación", yo sacaba un viejo libro de la estantería. El autor era una de aquellas plumas venerables que, por plúmbeas, nunca leíamos. Había sido uno de los primeros falangistas de Galicia. Dedicaba aquel volumen, editado en 1960, a sus numerosos hijos, "gallegos de alma y de nación". Fue un adelantado a su tiempo. Tal vez no imaginaba cómo iban a ser los que tantos años después de aquellos místicos cantos suyos a la tierra, reclamarían la realización de su sueño. La genealogía del galleguismo ofrece esas curiosidades. Es por ello que ciertos datos son expurgados de las biografías de algunos de sus promotores y figuras señeras.

Antes de este 25 de julio se celebraba el Día de Galicia. Pero hete aquí que había un decreto de 1979 firmado por Antonio Rosón, hombre puesto a dedo por la UCD para presidir la Xunta cuando aún no había nacido el Estatuto. El decreto declaraba la fiesta del Apóstol Santiago como Día Nacional de Galicia. Alborozados, socialistas y nacionalistas lo sacaron del cajón. Gracias a la recuperación de esa pieza arqueológica, la Xunta pudo gastarse el dinero público insertando en los medios unos anuncios que hicieran llegar la onda de la nación a unos ciudadanos que, de momento, prefieren permanecer en las playas de una Comunidad Autónoma. En virtud de ese hallazgo y esa generosidad, los periódicos pusieron las noticias del evento bajo el epígrafe: Día Nacional de Galicia. Según algunas crónicas salvadas de la purga, Rosón fue falangista. Desde luego, ocupó cargos bajo la dictadura, pero ni él ni su decreto están bajo sospecha. La profesión de fe galleguista todo lo cubre y todo lo perdona. Hasta la pertenencia al bando equivocado. La "memoria histórica" es flexible y selectiva.

Mientras un antiguo doctor en Derecho Canónico, ahora presidente de la Real Academia Gallega, concluía su discurso con un "vivat, floreat natio Galaica", los nacionalistas hacían gala de que a poses anti-católicas no les va a ganar Zapatero. Han aprendido que en esos gestos se encierra hoy todo cuanto tiene que ofrecer al consumidor quien quiera rentabilizar la marca "izquierda". Cierto que siguen celebrando su Día de la Patria en una festividad católica, y que, oh, contrariedad, el Apóstol es Patrono de España. Pero no asistieron a la ceremonia en la catedral. ¡Eso subordinaría el poder político al eclesiástico! Y el poder político debe estar por encima de todo. En especial, encima de los ciudadanos. Lo cual explica que el BNG desee para Galicia un Estatuto intervencionista como el que ha caído sobre Cataluña.

El anti-españolismo es una planta netamente española, que ha florecido del XIX para acá en distintas y extravagantes variedades. Esto ya lo sabíamos. Pero hay otro rasgo muy español que les sale a los nacionalistas en la carrera hacia la disgregación que ha organizado Zapatero. Es el que manifiesta Anxo Quintana cuando dice, como ayer, que no permitirá que Galicia tenga un Estatuto por debajo del catalán. Apela el hombre a esa pulsión que induce al vecino del quinto a comprarse un Audi si el del cuarto adquiere un Mercedes. Es el no voy a ser menos, oiga. Y es el no voy a ser igual que el del tercero, o sea, en jerga nacionalista, que el de Murcia. Pero lo más asombroso del caso es que con esa primitiva retórica han llevado los nacionalistas a su terreno a los partidos mayoritarios. Socialistas y populares se han dejado atrapar en la dinámica competitiva y, ahí los ven, sudando la camiseta en el campo marcado por la minoría. Ni se atreven a decir lo obvio: que Galicia no es una nación.

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