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Eduardo Pedreño

Desprecio, Recochineo, Miseria

La miseria del DRM es intentar vender por mucho lo que, tarde o temprano, no valdrá nada. Es intentar dirigir al usuario, decirle lo que le tiene que gustar en términos de formatos, aunque técnicamente sean la mediocridad encarnada.

Los nuevos mercados de la distribución audiovisual (música, cine y televisión, particularmente) se están construyendo desde las bases equivocadas. Contrariamente a cualquier planteamiento en el que salga ganando el consumidor, las nuevas distribuidoras de contenido han instaurado los sistemas de DRM (Digital Rights Management), que suponen una auténtica tomadura de pelo a los consumidores y una opción técnicamente mucho más pobre que los canales "alternativos" del P2P donde el contenido se comparte gratuitamente. Es legítimo que las grandes productoras busquen vías de negocio en la Red, el problema surge cuando lo hacen con absoluto menosprecio de los consumidores e intentando cobrar más por un producto que, claramente, vale menos.

El DRM (o gestión de derechos digitales) es, fundamentalmente, una manera de limitar el uso de un contenido mediante controles técnicos. A través de un sistema de DRM se puede controlar, por ejemplo, que sólo reproduzcas un archivo un número de veces, o sólo en un ordenador (o varios), o en un dispositivo de música (como el iPod), o que puedas hacer determinadas acciones una sola vez: grabar a un CD o DVD, copiar, etc... Un archivo con DRM es un archivo fundamentalmente capado para evitar que el usuario pueda hacer lo que quiera con él como hasta ahora ha podido con todo el contenido al que accedía. Si un CD o un DVD eran medios más o menos universales (soportados por un número casi infinito de dispositivos), lo que ahora compramos en iTunes u otras tiendas online al mismo precio que un CD (o, en muchos casos, más caro), no son sino archivos de peor calidad cuya reproducción se halla limitada a un número finito de dispositivos. No sólo eso, además los sistemas DRM adoptados por los distintos distribuidores son incompatibles entre sí, así que una canción comprada en iTunes se puede reproducir en un iPod, pero en ningún dispositivo portátil más, porque no son compatibles. Tu música portátil está atada al reproductor del que te la vende.

Esta situación, inimaginable años atrás (¿pueden imaginar un DVD que sólo se reprodujera en los aparatos de su distribuidor?) se ha aceptado con sorprendente naturalidad y se ha impuesto en todas las tiendas que venden música. Y el consumidor, poco informado, ha consentido en el abuso y el profundo desprecio que supone pagar por un contenido lo mismo que valía en un CD, cuando en realidad estás pagando por el uso constreñido de esa música: en el tiempo (Yahoo Music o Napster "alquilan" la música mientras pagues por ella, cuando dejas de pagar la pierdes); en la universalidad (estás limitado a un número finito de aparatos donde reproducirla); en la capacidad de compartir (inherente a cualquier producto cultural, libro, CD o DVD) y, en definitiva, en el uso y disfrute de la música. Hasta ahora habíamos "evolucionado" del vinilo y el cassette al compact disc (una mejora a todas luces en calidad de sonido). Ahora hemos pasado a pagar lo mismo por música que no sólo tiene peor calidad que el CD sino que nos sirve para mucho menos. La industria musical no podía mostrar de peor manera su desprecio hacia sus consumidores. La cinematográfica va camino de lo mismo .

Aúnmás triste resulta comprobar la manera en que las multinacionales han visto la luz. Llevábamos años compartiendo archivos de manera libre y natural en la Red, y avisando de que era por aquí por donde queríamos consumir nuestro contenido de ahora en adelante. Cuando por fin desembarcan (después de criminalizarnos, demandarnos, atacarnos sin piedad durante años) parece que no hubiésemos visto un mp3 en nuestra vida. O un Divx. Nos venden un producto inferior a mayor precio y nos intentan convencer de que es lo mejor que hemos visto nunca.

Pero resulta que podemos descargar la misma canción o película a través de BitTorrent gratis, con calidad mayor, totalmente universal (lo reproduciremos cuando y donde queramos), y sin necesidad de ensuciar nuestros ordenadores con DRMs o llevar control de dónde compré qué, cuántas veces lo puedo reproducir, en qué aparatos y con qué condiciones. Comprar archivos con DRM (o sea, consumir música, cine o series online de forma totalmente legal), no es que sea caro, que también: es fundamentalmente un engorro. Pareciera que los productores nos están intentando tomar el pelo y se recochinean de ello: te voy a cobrar 18 euros por una película que sólo puedes ver en tu ordenador en determinadas condiciones, y no puedes pasar a DVD. El DVD vale 21 (se ve mucho mejor y lleva extras) y en el Bittorrent te sale gratis, pero tienes que pasar por mi porque es la única forma "legal" de conseguir tu contenido para tu ordenador. En la calle, alejada de los políticos y los grupos de presión, a esto se le llama popularmente "estafa". Las productoras se enorgullecen de sus DRMs, una forma de decir: mira qué bien les estafamos. Y todavía esperarán tener éxito.

La industria de los contenidos lleva décadas asentada sobre la enorme mentira de que los consumidores debemos hacer la ola ante cualquier cosa que hagan, ya se trate de sacar músicos mediocres y encumbrarlos como Mozarts de nuevo cuño, lanzar innovaciones que justifican alzas de precio del 50% pese a que no incrementan los costes de producción (CD o DVD), o la imperiosa e ineludible necesidad de que los Alejandros Sanz de la vida sean inmensamente ricos a costa de los injustos precios que pagamos por su música. La industria del cine hace tres cuartos de lo mismo. El entramado de medios de masas en el que se tejen los éxitos es público y notorio (pese a que los grupos mediáticos intentan que no se note), y la triste realidad es que el sistema ha funcionado, al menos hasta hoy. Aunque esté fundado en mentiras.

La manipulación también está a la orden del día: quien comparte en redes P2P es un ladrón que roba una propiedad privada. Los artistas, unos muertos de hambre que las multinacionales sacaron de pobres, volverán a morirse de hambre si seguimos compartiendo en los P2P. El canon de copia privada (a partir de la nueva LPI un canon universal para dispositivos digitales, pese a que la copia privada en sí queda terriblemente limitada) está justificado porque tal vez copies tu CD para prestárselo a alguien, aunque veladamente la culpa es de la piratería, así que dejad de piratear y si os portáis bien ya veremos.

Pero lo peor de todo es la miseria moral de las discográficas, incapaces de reconocer lo que pide el usuario y ofrecérselo. Incapaces de darse cuenta de que en el mundo de los bits trasladar las estrategias de los átomos es un acierto temporal, un error, una bomba lógica que tarde o temprano estallará en sus manos sin remisión. La miseria del DRM es intentar vender por mucho lo que, tarde o temprano, no valdrá nada. Es intentar dirigir al usuario, decirle lo que le tiene que gustar en términos de formatos, aunque técnicamente sean la mediocridad encarnada. Tienen la experiencia de decirnos lo que nos tiene que gustar en términos musicales, y esa es su perdición. Porque los usuarios no somos idiotas, y entre una manzana buena y una podrida sabremos elegir la buena (aunque sea gratis) y desechar la podrida (aunque cueste lo que no vale). DRM son las iniciales de la perdición de la industria audiovisual. A ver cuánto tardan en darse cuenta.

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